A fuego lento
Desde siempre el tiempo es un bien preciado. Somos perecederos como un buen pescado fresco y no admitimos congelación. Así que desde niños nos regañan si lo perdemos a la vez que estamos deseando, anhelando, suplicando poder dejarlo pasar sin mirar el reloj. Mayte Lapresta
En esa pura contradicción que somos entristece que corra tan rápido mientras contamos los días para que llegue el verano o el fin de semana, queremos crecer y luego pararlo, vivir intensamente pero que las horas transcurran despacio. Apresúrate, que necesitas tiempo. Ve despacio, que tienes que disfrutar cada minuto. Tic, tac, tic, tac. Nos hemos tragado el reloj como el cocodrilo de Peter Pan y amenaza cada segundo avisando que pasa y no vuelve.
Y ha llegado la Navidad así, como siempre, sin avisar, y nos ha pillado con el pie cambiado, con el estrés recuperado del todo y la mascarilla bajada que ya no sabemos si ponerla o quitarla. Después de una Nochebuena descafeinada, en 2022 habrá que ir a por todas, llenar nevera, abrir buenos tintos y unos cuantos espumosos, sacar la vajilla buena, limpiar la plata de la abuela para que se sienta orgullosa. Habrá que correr para luego parar y disfrutar cada segundo de esta maravilloso privilegio de estar vivo. El tiempo también será la clave para muchos de los disfrutes que llenarán nuestros merecidos homenajes. Porque con paciencia se hace enorme un vino o se convierte en sublime una cocción, con el chup, chup lento de los que no les importa perderlo. De horas y horas de esfuerzo habla el trabajo infinito de largas salazones, los asados de baja temperatura al horno humeante o las fermentaciones pausadas que obran milagros… ¡Qué valioso es dedicar tiempo a las cosas!
Porque, mis queridos lectores, en este 2022 vamos a ver si conseguimos disfrutar la vida con toda su intensidad, con todos sus abrazos y sus besos, con la esperanza y la alegría como banderas y con el tiempo suficiente para gozarla. Pero, por favor, sin prisas. Despacio y con buena letra.
Brindo por un 2022 a fuego lento.
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