Mesa eterna
Creo que a ninguno de nosotros nos cabe duda sobre la importancia de comerse y beberse la vida en toda su intensidad. Mayte Lapresta
Somos -productores, escritores y lectores-, una especie en vías de extinción que busca el placer mundano, a veces cercano al exceso, de todo aquello lleno de sabor, textura, aroma y placidez, convirtiendo en especial cada almuerzo o cena. “Disfrutones” nos llaman algunos, “hedonistas” otros, “epicúreos”, incluso “intensos” mientras nos contemplan atónitos atacar el chuletón y riegan, mirando hacia otro lado, su almuerzo vegetal con agua de manantial. Que me parece muy bien. No hay crítica soterrada, sino respeto a su escultural figura. Pero la gratificación inmediata en la que nos sumergimos los “sobremeseros” es, francamente, inigualable y envidiable. Y es esa voluptuosidad vital la que seguramente desemboca en la prolongación natural y digestiva del exceso. Esa conversación donde fluyen los temas, los amores o los enfados, las decisiones, los golpes de estado o las libertades nuevas, las confidencias, los chismes o las simples charlas a la deriva. Esa maravillosa, única, inmejorable y siempre sana sobremesa. De tiempo indeterminado que en ocasiones enlaza mediodía con noche, o víspera al amanecer siguiente. Con copa de brandy o gin-tonic, con almendras o bombones. Para todos los gustos y edades, grupos humanos de lo más variopinto que no quieren levantar la mesa porque lo mejor siempre está por llegar y si puede ser hoy por qué dejarlo para mañana. Gentes que han olvidado el móvil en el bolsillo, seguramente con mensajes insistentes recordándoles que tras la ventana está la cotidianeidad amenazando con volver. En silencio o apagado. Dejando sitio a las palabras que se cruzan con las miradas, que intercambian gestos. Recordando que somos seres sociales y que necesitamos vernos, tocarnos. Poco hemos tardado en regresar a los abrazos y besos robados por ese virus que ya no queremos ni nombrar. Porque sin ti ni sin ti no soy nada. Y ahí está, la sobremesa. Porque no hay casa que se precie que no tenga sobremesas eternas con emociones compartidas. Y que no se pierda.
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