Qué se cuece
Cagliari, de sabores auténticos y espíritu mediterráneo

La ciudad, capital de la isla mediterránea de Cerdeña, amistosa y vital, pide a voces la visita de todos aquellos trotamundos que deseen profundizar en sus sabores autóctonos y propios, plenos de personalidad. Saúl Cepeda. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
Casi nonagenario, el virtuoso maestro Luigi Lai dice que cuando toca el launeddas, instrumento de viento ancestral de la cultura sarda –a su manera, un atávico clarinete triple–, su metrónomo mental resulta de imaginar el movimiento de los pies del bailarín campidanese que danzaría a su son. El sonido singular y penetrante del launeddas invade estos días –del 1 al 4 de mayo– las calles de Cagliari durante las masivas fiestas patronales de Sant’Efisio (mártir que supuestamente libró a la ciudad de la peste), un evento que llena de alegría las angostas y largas travesías de la capital de la isla italiana de Cerdeña.
Hay ciudades, como Cagliari, a las que inevitablemente les cuesta existir del todo en el presente, como si una memoria residual y atomizada impregnase cada aspecto de su vida cotidiana. No queda otra cuando la historia de un lugar es un cóctel complejo de civilizaciones, culturas y visitantes con vocación invasora: nurágicos, micénicos, fenicios, púnicos, romanos, vándalos, bizantinos, sarracenos, pisanos, genoveses, aragoneses, españoles, italianos… Una ecuación única para construir algo tan peculiar como la identidad sarda y, más en concreto, al casteddajo de Cagliari. También ayuda que esta plaza esté ubicada en un entorno algo onírico; el de la bahía de Los Ángeles, un golfo que concita nueve colinas pronunciadas, la larga playa del Poetto –cuyo barrio es epicentro de la vida nocturna de junio a septiembre– y la zona más meridional de las llanuras del Campidano. Y a sus afueras, junto al barrio de Sant’Elena, está el parque natural de Molentargius, prodigioso humedal de salinas que alberga colonias (algunas permanentes) de flamencos rosas, en rotundo contraste con el perfil de la ciudad amurallada y las edificaciones residenciales, como si de manera súbita el lago Nakuru del valle del Rift se hubiera teletransportado a una urbe europea.
Cagliari es una ciudad acogedora y empinada, cuyo deleite monumental requiere un esfuerzo pedestre no exento de recompensa. Rabiosamente mediterránea, existe bajo el influjo constante del espíritu joven de su ancestral universidad y goza de una buena salud lúdica, con horarios dilatados. Su gastronomía honesta, afirmada en el producto de proximidad –y sí, a diferencia de otros lugares más septentrionales que rezan este mantra, aquí hay materias primas de las buenas–, vive un palpable proceso de refinamiento formal que adopta maneras cosmopolitas sin renunciar a ingredientes privativos: arroz sardo, atún rojo, pescado de roca, fregola –pasta sarda con forma esférica, de aspecto similar al cuscús–, achicoria y acelgas silvestres, bottarga, carciofo spinoso, vinagre de vernaccia…; y, claro, vinos tintos de uvas canonnau (garnacha) nacidas en cepas prefiloxéricas y blancos de vermentino. La globalización propaga establecimientos japoneses y tex-mex por los distritos de la ciudad, pero la autenticidad prevalece sobre los estándares. De ahí que restaurantes como Manàmanà, en via Savoia, elijan una temática rotunda, tal es la especialización en arroces integrales, pasta y hierbas locales en forma de leitmotiv culinario, con buena respuesta de los comensales domésticos.
Cagliari gozó de un tímido reconocimiento gastronómico global cuando la Guía Michelin italiana hizo entrega de una estrella –en la isla hay tres– al restaurante El Corsaro (de 85 a 105€), del chef Stefano Deidda. Ocurrió hace solo tres años. Aunque desde entonces no haya habido más hitos similares, resulta palpable el deseo de esta capital de lograr un mayor renombre culinario que se una a su ya dilatada impronta turística.
Para no perderse
Los autobuses y trolebuses funcionan bien y tienen un precio correcto (1,30 € el billete sencillo; 13€, 12 viajes) para los desplazamientos más largos en la ciudad.
Una copa de mirto –el agradable licor sardo elaborado con bayas y hojas de la planta homónima–
después de una comida es un colofón ideal.
Agenda
Dónde comer
El cocinero Claudio Ara es talento y talante. Cocina directa sin espacio para la banalidad. Ambiente distendido y pintoresco. Formas de trattoria y fondo de casa de comidas high end. Recetario tradicional renovado con delicadeza y técnica: ravioli, alcachofa sarda cruda y aliñada, caracoles, conejo, albóndiga
Muzak
Local ecléctico y desenfadado, muy personal, con nombre de marca de “música de ascensor”. La chef Michela Medda -que se dice inspirada por el programa Chef's Table de Netflix y los ingredientes de su territorio- propone originalidad y sabor. Gran pensamiento y sensibilidad palatal detrás de cada plato, como en su Taco de sesos y mollejas de cordero. 25€.
El chef Pierluigi Fais ha concebido un espacio de minimalismo industrial que podría funcionar en cualquier ciudad del planeta, pero en el que se atreve a arriesgar culinariamente con sabores muy arraigados de su tierra, con una devoción por sus atrevidos contrastes amargos. Spaghetti a la botarga; Huevo, espárrago silvestre y trufa. 55€ el menú degustación de seis pases; 38€ el menú de tres platos de la carta.
Local moderno y dinámico en el que tomar buenas pastas, tostas y pizzas a precios razonables. Cero pretensiones o ambages. Local orientado a la satisfacción del cliente a través de propuestas sencillas. 15€.
Dónde dormir
Hotel-galería que ocupa una planta de uno de los soberbios y decadentes edificios del barrio de Marina. A caballo entre un alojamiento y un museo de arte contemporáneo, resulta una atractiva opción para estar a una distancia razonable del meollo urbano. Habitaciones singulares en las que muchos muebles o piezas de decoración pueden ser adquiridos. Extravagante y agradable. Desde 150€ por noche.
|