Siguiendo la corriente

Paisajes del Douro, explorando el valle del río fortificado

Miércoles, 25 de Enero de 2017

Patrimonio de la Humanidad, la cuenca portuguesa del Douro emerge como un desafío entre hombre y naturaleza. En ella converge una simbiosis perfecta de esfuerzo y talento para elaborar algunos de los vinos más preciados del mundo. Javier Caballero. Imágenes: Jean Pierre Ledos

Nace el Duero en Pico Urbión, en Soria de nostalgias y poetas. En su devenir patrio no ofrece demasiada pelea ni bravura, si bien le acunan paisajes ásperos y rudos, perdido de ocres y cereales. Viaja siempre con curso lento, apacible, gustándose en reposo y soledad de una Iberia desdoblada y vinícola. En meta dona sus aguas al Atlántico en São João da Foz (ese epílogo playero de Oporto) tras haber regado 213 kilómetros nuestro país vecino, escoltado con recoletas laderas de suelos de pizarra y viñas en bancales. Emerge esta cuenca portuguesa como la más bella, la más sorprendente, la más desconocida. Río Duero que se transforma en Douro tras más de 100 kilómetros de linde común con España. Douro, río de meandros que esconden caseríos, bodegas, palacios, quintas, paisajes y paisanajes. Douro, río tranquilo como sus vinos douros, pero, sobre todo y ante todo el mundo, gran corriente fortificada por culpa de sus universales vinos de Porto, con más de 400 años de esfuerzo e historia y 20 grados por mor del aguardiente añadido. Para ir pulsando la magia de este curso vitivinícola Patrimonio de la Humanidad, el visitante podría empezar por las sierras de Marao o [Img #11849]Montemuro que lo arropan en su arranque. Secarral de encinas y olivos tapizan esta introducción ribereña. O ir un poco más allá donde estalla el esplendor y el vergel, el epicentro donde todo este magma agrícola y paisajístico se oficializó. Ocurrió en Peso da Regua, villa fluvial, al crearse en 1768 la Companhia General dos Vinhos do Alto Douro, donde hoy también se ubica el Museo del Douro, “concebido para recoger, conservar, identificar y difundir el vasto patrimonio documental dispersado por toda la región”, según sus impulsores. Mientras la museografía sigue haciendo acopio de todo el acerbo cultural generado, hieren el río con sus quillas los muchos cruceros que, sigilosos, sirven de balconadas móviles con vistas a los bancales. Proliferan los suelos de pizarra que espejean y calientan racimos, dejando el riego al total albur de la naturaleza. Aquí esto es mandamiento. “Podríamos aumentar el volumen con sistemas de riego, pero no sería Porto auténtico. Por eso la producción no es alta, no es rentable para un gran grupo foráneo y así las bodegas siguen en manos de familias portuguesas”, explica Antonio Magallaes, viticultor de los viñedos de Croft, al tiempo que enseña los pámpanos tintados por el otoño que rodean Quinta da Roeda. “También nuestra vinificación es muy cara, por las pendientes y laderas donde trabajamos, con muros de piedra levantados a mano”, agrega. Por estos lares dicen que se hubieran levantado 10 veces las Pirámides con los trabajos que se llevaron las socalcos o terrazas... Nada de esto hubiera sido posible sin las (aún vigentes) reglas del marqués de Pombal. “Legisló todo lo referente a su origen, [Img #11850]elaboración y comercio en 1756. Se trata de en un lugar mágico, del que aún quedan muchos lugares desconocidos. Yo recomendaría subir la ribera izquierda hasta São João de la Pesqueira donde se disfrutan unas panorámicas increíbles. O alcanzar, por ejemplo, Pinhao, sobre todo en tiempo de vendimia donde baja todo el mundo jubiloso con las camionetas y hay música y ruido popular toda la noche”, aconseja Angel García Prieto, autor a cuatro manos con el portugués Antonio Márquez Filipe de El Douro. lugares, cultura y vinos del Duero portugués (DG Ediçoes, 2014). “Diría que en el Valle del Douro se juntan dos realidades: una de productos de nivel de excepción, que son los vinos de Douro y Porto, con un entorno natural impresionante, intervenido por el hombre pero en el mejor sentido, que son los socalcos, los terrazos de viñedo para producir un vino de nivel mundial”, explica João Marinho Falcao, presidente de Vinitur, empresa que coordina la promoción turística a nivel mundial de estos hermosos pagos.

 

Trabajos y placer

 

[Img #11852]Estamos en una zona donde hormiguean 25.000 cosecheros y alrededor de 1.000 productores de vino que lo verbalizan en marcas y botellas: 550 de Douro; 500 de Porto. Esfuerzo y hedonismo se dan la mano. En la imponente Quinta Nova Nossa Senhora do Carmo (Covas do Douro) tienen hasta helipuerto para los potentados que no quieran disfrutar por tren o carretera de bellos pueblos diminutos y casi en el funámbulo. Quinta Nova se enseñorea en medio de una imponente concha orográfica a 300 metros sobre el nivel del mar. Un cuenco verdoso con cicatriz de agua y clima mediterráneo propio, alejado del tiempo continental que se sufre fuera de la región. Aquí caen alrededor de 640 mililitros de lluvia al año, con un verano seco y caluroso y con una humedad relativa que no pasa del 10%. El suelo, orgánico, no se alimenta durante el invierno, sino que dejan que crezca accidental la hierba y el pasto arbustivo para justificar una palabra insobornable: la sostenibilidad. Este terroir no se puede replicar en ningún otro lugar del planeta, con uvas exigentes y precisas. Los elaboradores sacan pecho de variedades nacionales para su Porto tinto: la tinta barroca que aporta azúcar; la tinta cao que suma acidez y, sobre todo, la touriga nacional y la francesa que bañan al Porto con sabor y color. No deja de ser un (inigualable) vino generoso, terso y fragante en boca, que en pleno proceso de fermentación se fortifica con la adición de alcohol vínico. Tras la vendimia, esfuerzo ímprobo por lo escarpado, en las quintas las uvas son pisadas si lo que se persigue es un Porto de alta gama. Resulta un espectáculo reconfortante para el curioso, agotador para el danzarín. Durante 25 días, desde las siete de la mañana hasta las 11 de la noche (con salvedades de [Img #11853]descanso), diez personas por lagar hunden sus plantas en las uvas, engarzados hombres y mujeres por los hombros, al unísono y en silencio. Durante la última jornada, la más gratificante hasta para la cuenta bancaria de estos esforzados, entonan la “canción de la libertad” y se abrazan alborozados por el fin de su faena. Su esfuerzo es eslabón primordial en la cadena del porto vintage. Esta deliciosa rara avis madura y evoluciona en botella hasta 50 años (la madera no resulta en ellos crucial). Sus tonos, de rubí a granate, y su delicadeza perfumada van in crescendo. Cuanta más hemeroteca, más expresión, más complejidad. “Vivimos un momento golden age de la región, por crecimiento de sus vinos y de su reputación. Muchos gurús han puesto sus ojos aquí desde que Robert Parker dio 100 puntos a un porto vintage, un Fonseca 94. Fue el primer paso para el descubrimiento, para que se posaran las primeras luces sobre nosotros. Eso da una notoriedad increíble que se traduce en demanda turística”, agrega Marinho Falcao.

 

Sus palabras conducen al final, a la decadencia sucia y bella de Oporto. Allí genera el Douro un circo máximo, empinado y jubiloso. Engarzadas ambas orillas por el puente “eiffelino” de Luis I, el río conformaría la espina de ese circo, con las graderías de Vila Nova da Gaia y los tejados de Oporto jaleando el colofón de la ancha desembocadura. En Gaia duermen los mejores vinos que se recolectaron muchos kilómetros atrás, esas bodegas que se arrimaron a entonar el miserere del Douro y que dieron salida a su producto camino de la aliada Inglaterra. Ya no hay rabelos (barcos de transporte) más que para que el turista saque una vaga idea y unas fotos.

 

Bodegas y maridaje

 

[Img #11851]Con sus muros encalados, en Gaia se abigarran bodegas como Sandeman, Calem, Kopke, Noval, Offely, Ramos Pinto, Ferreira, Graham's, Barros, Warres, Dow's, Cockburns, Taylor´s... Esta última ejemplifica y condensa primorosamente la historia de los vinos de Oporto, diluidos en el enciclopédico cauce de la corriente. “El año que viene cumplimos 325 años. Recibimos 100.000 turistas al año y esperamos aumentar”, nos comentan en la bodega, al tiempo que nos muestran un museo interactivo de primer orden, con sus recovecos históricos y deliciosas catas. A su lado, el majestuoso hotel The Yeatman saca brillo a una cocina Michelin. Un estupendo maridaje junto al río sugiere un aperitivo de Porto leve branco seco, o un cóctel más típico, con tónica, hielo, limón y menta; para un entrante como foie gras va de perlas un branco viejo 10 años, muy frío; para plato de pescado o carne, un tinto complejo, un reserva Douro de unos 10 años: de postre, para ligar un dulce de huevos y almendras del Douro, un old tawny 20 años, a 14 grados. Abrocha un queso de oveja de 45 días de maduración, untuoso, potente, para abrazar un vintage de 25 años.

 

El genio Saramago en su Viaje a Portugal (1981) se refiere a la encajonada muerte del Douro. “El río está en su mismo lugar, apretado entre las piedras de aquí y las de allá, entre Porto y Gaia, y el viajero nota cómo también entre piedras fueron abiertos estos peldaños, cómo las casas fueron poco a poco empujando el roquedal o acomodándose entre él”. Y como entona Amalia Rodríguez en el más alegre de  todos los  tristes fados, tenga voluntad, amigo bebedor: Oiça lá ó senhor vinho / vai responder-me, mas com franqueza / porque é que tira toda a firmeza / a quem encontra no seu caminho?

 

 

 

Una corriente deliciosa

 

Para los gourmand, el río se perfuma con cabrito com arroz da forno, caldeirada de Póvoa da Varzim, lampreia de escabeche, tripas a moda do Porto, y por supuesto, francesinhas y bacalao, que en el restaurante Fish Fixe, en Ribeira (Porto, besando el río), hornean uno inolvidable por su enormidad.

 

 

 

 

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