Irreversible
Reputación

Pues voy a seguir con otro suceso que se dio en mi travesía húngara ya iniciada en mi texto anterior. Santiago Rivas
Por si os da pereza o no queréis volver a leerlo, os recuerdo que, por cosas de la vida, este verano recorrí algunas regiones vitivinícolas de Hungría junto a una winegang de diversas nacionalidades, entre las que se encontraban, obviamente, húngaros, pero también ingleses, franceses, una canadiense, un coreano (creo) y una italiana (o búlgara, no me quedó claro) entre otros. En definitiva, un grupo diverso sobre el que poder ejercer un entretenido sesgo mundial. Además, eran un elenco de una formación técnica llamativa. Aún no sé bien qué pintaba yo; creo que fui invitado por majete.
Os informo, por si alguien no lo sabe, que soy autodidacta más allá de los cuatro libros que he leído y de las catas a las que asisto: mi formación teórica es, por tanto, escasa. Es decir, soy más romano que griego.
Pero este grupo estaba plagado de griegos, unos seres humanos con el conocimiento teórico siempre preparado para nombrar y definir cada aspecto del vino y cada impacto sensorial que les deja.
A todos los integrantes de este viaje los vinos húngaros nos eran muy ajenos, ya que la organización, muy acertadamente, evitó llevarnos y darnos de beber los dulces de Tokaj, vinos de categoría mundial y muy conocidos, a los que sí estamos acostumbrados.
Bebimos de todo, pero casi nada dulce. Esta situación provocó que los catadores sacaran su versión más analítica, intentando comprender estos vinos en los que todos debutábamos. Era como ver un examen de selectividad: todo el mundo en silencio (menos el que impartía la cata), apuntando como locos y llenando sus cuadernos de notas hasta los márgenes.
Mi winegang patrio está muy lejos de esta praxis y, aunque no es la primera vez que estoy ante gente que apunta mucho, sí que me llamó la atención ser el único ahí mirando al techo o a la nada, pensando en mis cosas. Hasta me dio por meditar sobre todas aquellas canciones que no acaban… que simplemente reducen el volumen hasta el silencio. Soy muy fan de esas canciones.
El caso es que todo el mundo estaba ahí dándole al boli. Como algo tenía que hacer, me puse a cotillear qué era lo que anotaban. En una primera tentativa me puse al lado de una húngara y no entendí nada (no sé qué esperaba, la verdad). Más tarde, cambié mi estrategia y compartí mesa con un inglés, pero su caligrafía era ininteligible; se me estaba complicando el scouting por momentos hasta que, al lado de otro inglés, por fin observé de qué iba el tema. Y el tema iba de describir y puntuar todo. TODO.
Muy respetable, pero eso va a seguir siendo ajeno a mi praxis.
Como podéis suponer, entre los más o menos trescientos vinos que catamos en ese viaje, más de la mitad eran más malos que el tabaco. Pues bien, estos catadores les daban el mismo tiempo y espacio en sus apuntes que a otros vinos espléndidos, que también los hubo.
Y yo esto no lo entiendo: dedicar más de treinta segundos a un vino que ya veo que es horrendo no sé dónde me puede llevar. Pero si ellos lo hacen, será por algo.
Al observarles, fue cuestión de tiempo que ellos repararan en mí (yo aburrido puedo llamar mucho la atención) y se sorprendieran, no ya con mi ausencia de notas, sino con mi falta de boli y de papel, por si en un acceso helénico loco me daba por apuntar algo. Y en este momento fue cuando me acusaron de español.
Sí, de español.
Y es que parece ser que los españoles somos famosos por pasar un poco de la parte técnica de una cata y ponernos cursis y etéreos: que si vino honesto, que si paisaje embotellado, que si vino con alma… Tenemos fama de utilizar estas chorradas como subterfugio para pasar de todo y/o ocultar nuestro déficit teórico. Me hizo gracia porque creo que en muchos casos tienen razón, lo que yo no sabía es que los únicos que nos ponemos lamentables a la hora de describir éramos nosotros, es decir, que esto tenía nacionalidad.
¡Lo que se aprende viajando!
Dicho esto, no me doy por aludido; disto mucho de ser técnico, pero también de ser una mentira.
Yo soy un subproducto de la sociedad del espectáculo.
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