Vino y el arte del mantenimiento de la motocicleta
Hoy vengo a Sobremesa a acercarme al concepto calidad gravitando alrededor de la obra de culto de Robert M. Pirsig, llamada “Zen y el Arte del Mantenimiento de la Motocicleta” (1974). Santiago Rivas
Este libro autobiográfico expone la filosofía de Pirsig, sobre la metafísica de la calidad, en forma de relato en el que el propio autor realiza un viaje en moto por Estados Unidos, acompañado de su hijo adolescente, mientras lidia con sus problemas mentales (en aquella época sufría ataques de esquizofrenia).
Estamos ante un libro iniciático que me va a servir como argumento en contra de relativismos superficiales, y simulaciones de objetividad cimentada en falsas escalas de puntos, fruto de asignar valores de mentira a una convención sistémica.
Por abordar la cuestión sin rodeos, en Zen y el Arte del Mantenimiento de la Motocicleta el autor llega a la conclusión de que no se puede llegar a una definición de calidad desde la razón pura. Esta, intrínsecamente, carente de emoción o intuición personal, es tan nociva como la ignorancia.
Según Pirsig nadie sabe definir calidad, del mismo modo que nadie podría trazar una ley científica que separe al buen del mal mecánico de una moto. No hay una manera absoluta de medir existencias malgastadas, carreras profesionales carentes de vocación y atenciones mediocres. Pero sí podemos distinguir lo que tiene calidad de lo que no, aunque nos sea imposible sistematizarlo.
Siguiendo con esta idea, si pudiéramos definir calidad, habría un modo empírico y reproducible de crear grandes vinos. No existirían los malos vinos salvo que fueran una cuestión voluntaria, lo cual, a priori, sería una decisión extravagante: voy a hacer vino malo pudiendo hacer vino bueno. Esta ausencia de definición posible explica que el 90%, más o menos, de los vinos, sean mediocres.
Pirsig introduce un término griego llamado Areté (búsqueda de la excelencia en todos los campos), que nos va a ayudar a reconocer la calidad. Los elaboradores de vinos de clase mundial los hacen desde el Areté (aunque ellos desconozcan la existencia de esta palabra). Usando los métodos que conocemos para distinguir lo científico de lo no científico, los razonamientos inductivos y deductivos, no alcanza. Solo a través del Areté podemos percibir la calidad. La única vía es percibirla desde la implicación, el estudio y el análisis. Aquí es donde nos intentan convencer los sofistas del “todas las opiniones sobre un vino son válidas”, porque lo importante es que sepas si te gusta o no te gusta, el equivalente en una moto a que funcione o no arranque.
No se puede definir calidad, eso yo creo que os va quedando claro; lo que no quiere decir que no se pueda detectar o se puedan acotar prácticas, formar mentalidades que ayuden a que cada uno tenga más fácil reconocer un vino bueno… o su vocación vital. Y es que esta filosofía consiste en priorizar siempre la sustancia de lo que uno hace. Asumir tu propia mortalidad y, ya que estás aquí, ir en busca del Areté.
Robert M. Pirsig descubrió que muchas personas sentían una aversión similar por el funcionamiento y la tecnología que les rodeaba, que la experimentada ante una pieza de arte difícil de interpretar. Por eso al personal le cuesta tanto acercarse al vino. Hacerlo sería reconocer la técnica que subyace en su génesis, la historia y motivaciones que hay detrás del proceso que ha culminado en su creación. Estas personas no están tan interesadas en lo que significan las cosas, sino en lo que son: el significado del conjunto sucumbe ante el mero interés en la superficie.
Cuántas personas de mi entorno, pero ajenas al vino, me dicen que han bebido un vino buenísimo pero no se acuerdan de cuál es, ni siquiera le hicieron una foto para, en el futuro, reproducir la experiencia. Esto sería un ejemplo de alarmante ausencia de Areté. Ver la realidad y actuar según la inmediata apariencia de las cosas nos priva de actuar de acuerdo con su significado subyacente; en definitiva, de su calidad.
En la novela Pirsig a través de varios personajes, con los que coincide en su viaje, nos expone la mentalidad ante la tecnología preponderante en la sociedad, que yo en este texto adapto al vino. Un atavismo que roza lo supersticioso y se centra en que el conjunto funcione (que el vino sea medianamente placentero y no te haga fallecer). Y si no funciona, un experto me hará evitar caer en el mismo error. El problema es que esta dejadez por lo que uno realiza en cada momento es también algo generalizado en los expertos, aquí es donde también pillan los ponepuntos, de modo que los profesionales coinciden con el resto de la población en su falta de estima a cualquier sistema aquí entendido como vino.
Y cierro con unas palabras del propio autor, fallecido en 2017: “Arte es cualquier cosa que puedas hacer bien. Cualquier cosa que puedas hacer con calidad. La calidad es una experiencia directa independiente y anterior a las abstracciones intelectuales, no es ni mente ni materia, sino una tercera entidad independiente de las otras dos, aun cuando la calidad no pueda definirse, usted puede llegar a saber bien qué es”.
Imagen: Igor Miske // Unsplash
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