Solo importa el tamaño... de la copa
El vino es un producto complejo, quizá el más complejo que existe de los que no parecen para tanto. Es una bebida alcohólica, también considerada alimento, que tiene tantas implicaciones en nuestra historia y cultura que siempre se tiende a contextualizarla. Santiago Rivas
Allí donde ha habido civilización, dinero, imperios, viajes, comercio, paz (guerra), arte, poder, agricultura, religión o ciencia (por no extenderme más) aparecen historias vínicas. La vinera es una temática de la más evocadora.
Por otra parte, como señalaba, es tan, pero tan, compleja que nosotros, mamíferos conscientes de nuestra propia existencia, aún no sabemos diferenciar un vino bueno de otro que no lo es. Si en otras disciplinas lo bueno de lo malo está más separado, aquí, ni a día de hoy, hay consenso entre profesionales sobre cuándo estamos ante un buen vino y cuándo no. Es gracioso; ahora que están volviendo los salones vínicos, volver a ver al personal discutiendo sobre si este ribera está muy maderizado o si este tinto gallego es puro verdor.
Ya os digo que nunca llegan a un acuerdo. Podemos encerrar a la crítica mundial más experimentada durante una década, que saldrán de su encierro defendiendo diferentes posturas de lo que, para ellos, es buen vino. Y eso está bien. Al fin y al cabo somos sujetos, no objetos, por lo que nuestros argumentos siempre van a torcer la realidad (si es que eso existe) para reforzar nuestros gustos.
Hasta aquí todo bien.
El problema es cuando, como en otras ramas artísticas, se quiere recurrir a criterios supuestamente objetivos para encumbrar o despreciar cierto tipo de vinos. Como con nuestro mundo sensorial no nos da, se trata de exponerlo a variables externas. En definitiva: juzgar un vino por lo ajeno al propio líquido. Puede parecer algo loco, pero son legión los que juzgan su calidad por su contexto.
No vengo a comentar la trinchera del vino natural, aquella que dice que solo los vinos con mínima o nula “intervención” pueden llamarse vino. Hoy a vinagrear a la vinagrería.
Lo que toca hoy es señalar que hay seres humanos (de amplios conocimientos y trayectoria) que juzgan a toda una bodega por su tamaño amparados en que, a cierta viticultura basada en el volumen, no le interesa la calidad del producto final si no solo hacer todos los litros posibles dentro del marco legal vigente. Dar de beber y que no te mueras (o no inmediatamente) en el proceso.
Fabricantes de graneles infierneros existen, y es lícito, pero de ahí a inferir que solo las bodegas de, no se, menos de 100.000 botellas pueden hacer buenos vinos me parece una extravagancia.
Y es que debéis saber que hay una guerra silenciosa, fría o soterrada, entre quienes identifican autenticidad, terroir y excelencia con pequeñas producciones (menos de 20 000 botellas) y los que piensan que solo se puede hablar de verdadera relevancia si la marca en cuestión tiene cierta proyección global.
Es famosa la frase del Master of Wine Pedro Ballesteros que en estos temas siempre defiende que este país no tendrá un sector sólido hasta que tenga 50 bodegas que vendan (y digo vender no solo producir) a 50 euros una referencia de la que hagan 50 000 botellas. A día de hoy, que yo sepa, esto solo lo cumple Vega Sicilia y Remirez de Ganuza.
Dos marcas.
Puede que, en breve, en cuanto el 904 de la Rioja Alta SA supere los 50 euros de PVP (en algunas tiendas está realmente cerca), tengamos tres. Ante esta realidad se revuelven los defensores del arte, cultura y artesanía indicando que estas producciones, que tildan de masivas, son m´s propias de industrias pesadas.
De hecho, hace un tiempo un bodeguero que tiene el cazo en ambas disciplinas (de estos hay unos cuantos), me puso a parir a las fabricas de ladrillos (como él las llama) en contraposición a los vinos anecdóticos (como yo los llamo) que a él le gusta defender. Peligroso, e injusto, juzgar a un líquido por algo ajeno al líquido… se que parece que siempre estoy escribiendo lo mismo (y es un poco así) pero mil veces más abogaré porque solo estéis a lo que hay en la copa; todo lo demás es puro discurso, intelectualidad vacía de contenido. Hipocresía acomplejada de politiqueo de salón.
Y soy muy fan de cuando uno de los que ponen de adalides del terroir auténtico, del paisaje embotellado, resulta que vende su negocio de tintes míticos y altruistas al primer fondo de inversión que pone el taco. Esos momentos son sublimes.
Lo tonta que es la gente y lo guay que se cree.
Imagen: Justin Aikin // Unsplash
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