Winelover Washing
En la Sociedad del Espectáculo el mundo es un supermercado, todo lo sostiene el consumo. No hay que ser Naomi Klein, y emular su “No Logo” (2000), para que el personal observe que las marcas utilizan el activismo social en su propio beneficio. Santiago Rivas
La lucha por la igualdad y derechos civiles como argumento de venta. Campañas para promocionar lo ecológico, de por ejemplo empresas de venta y logística, dotadas de un presupuesto mayor del que resultaría al cambiar a camiones menos contaminantes. Greenwashing.
No solo de este color se puede hacer el lavado, qué va; de hecho, el término vertebrador es “whitewashing”, que genera, además del ya mencionado en verde, el “pinkwashing” (estos nos quieren convencer de que apoyan a la comunidad LGBTQI+), “redwashing” (aparentando ser activistas de izquierdas) o purplewashing (utilizar el feminismo y demás luchas por la igualdad de género en beneficio comercial o reputacional).
Es muy famoso, y muy Monty Python, el video del ejército israelí en el que aparecían mujeres soldado en diferentes acciones bélicas en Palestina vendiéndolo, o intentándolo al menos, como un triunfo feminista.
Insisto en que hay más colores blanqueantes, pero aquí vengo a escribir de vino por lo que el que os introduzco es aquel que yo llamo wineloverwashing. Y ¿Qué es el wineloverwashing? Pues aquella técnica de maquillaje comercial basada en utilizar las neuras y filias de la wineloverada para mejorar la imagen de una referencia o de toda la bodega.
Son elaboradores que, un poco de repente, empiezan a hacer vinos con ramalazos que nos gustan a los iniciados pero en los que no creen; solo los llevan a cabo porque no quieren dejar pasar una moda que les ayude a mejorar su percepción por parte del culto.
Cuando veas ese vino blanco con un poco de velo de flor, un tinto con crianza en ánfora, un vino naranja, una referencia en la que declaran “mínima intervención”, un monovarietal de una uva rara o extinguida que ellos están recuperando… son señales de wineloverwashing. Ojo, no hay que confundir estos casos con aquellos que sí responden a una filosofía real. Una de las maneras de diferenciarlas es medir el tamaño de la apuesta: si estamos ante una productora de millones de botellas, pero de ese blanco con crianza en hormigón lanzan sólo 2000 unidades, muy posiblemente tengamos un caso de wineloverwashing. También entran en la definición esas colecciones cápsula de un ancestral que lo mismo era un vino que les refermentó, lo que viene a ser un ancestral involuntario.
Si se sacan de la manga una referencia que dobla, o triplica, el precio del que era su vino más caro y solo lo van a lanzar un par de veces por década, esos también serán sospechosos de wineloverwashing.
Atención: este lavado no solo lo practican las bodegas grandes. Para nada; muchos elaboradores medios y pequeños se saben estos atajos a la perfección y los explotan. Son seres humanos que van de vinos honestos y tienen en la bodega un Kvevri para, básicamente, sacarlo en Instagram u otros que duplican mágicamente los rendimientos de su viñedo singular.
Lo único bueno en comparación con los demás casos es que el wineloverwashing sí culmina en el lanzamiento de un vino, y eso, al menos, es una praxis real de la que ya tocará juzgar su calidad. No es un concepto vacío repleto de hipocresía; aquí la hipocresía eclosiona en un vino que lo mismo está bueno y todos tan contentos. De hecho, el wineloverwashing estaría más cercano a lo que otros pájaros denominan “construcción de marca” que a la ocultación de una práctica poco ética o, directamente, ilegal.
Aun así, estad vigilantes, sobremesers, hay gente ahí fuera que quiere utilizar nuestras ilusiones en su beneficio asqueroso mientras se carcajea de la que tenemos montada.
Que no os la cuelen.
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