Oda a la normalidad
Hoy vengo con un concepto sencillo pero no por ello parece estar muy presente, y menos en la efectista sociedad de la que disfrutamos. Estamos ante la gran época dorada del espectáculo. Nunca ha sido más difícil separar realidad de ficción. De hecho, puede que hayamos alcanzado ese cénit consistente en que sean lo mismo. Santiago Rivas
La verdad ya no se define como un suceso que realmente ha ocurrido, si no como algo en lo que cree todo el mundo, que esa creencia no se ajuste a la realidad es lo de menos.
En este contexto en el que el espectáculo se retroalimenta y solo conduce a sí mismo, es fácil caer en sensacionalismos. Lo importante no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas; no importan las respuestas, solo las preguntas. Esta situación conlleva consecuencias. Una de ellas es caer en la adjetivación épica. Esta praxis consiste en que, ante cualquier hecho por evaluar, nos pongamos tremendos. Se trata de exagerar, para bien o para mal.
Exagerar, sobre todo en sentido negativo, es algo, curiosamente, muy bien valorado por el público, ya que se percibe como honesto. Da sensación de ese fenómeno que hace que los populismos tengan éxito que yo llamo “percepción de ausencia de jefe”. Al que la ejerce se le tiene por alguien libre, sin necesidad de caer en correcciones de ningún tipo. Dices lo que quieres cuando quieres, porque nadie lo puede remediar. Eres independiente. Esa es la técnica que explica personajes como Donald Trump, Jesús Gil y similares. Por supuesto, el mundo del vino, en este caso, el mundo de la crítica de vino, no escapa a ello.
Me suelen escribir bodegas para facilitarme sus vinos en busca de mi opinión y posterior divulgación. Hay de todo, empresas enormes en busca de cuota winelover, nuevos proyectos, nuevas añadas, pequeños elaboradores, denominaciones de origen minoritarias… de todo lo que os podáis imaginar. En ese sentido soy transversal. Cuando recibo la botella el remitente suele estar atento y, a los pocos días sin noticias, me preguntan si lo he abierto. Lamentablemente, la respuesta suele ser negativa, ya que voy con colas de retraso muy por encima de lo que me gustaría, pero a todos les llega su turno.
Así, sin pensarlo mucho, podría señalar que, de todos estos vinos, solo alrededor de un 10% me suelen parecer interesantes y acaban nutriendo mis diferentes tipos de contenidos de una manera u otra. Luego hay, más o menos, un 25% de vinos infames que no sé en qué estaban pensando al hacerlos; son de estos que yo dudo que su ejecutor los haya probado alguna vez. Son increíbles en el sentido literal de la palabra.
Por tanto, queda un 65%.
Ese 65% ¿Qué es? Pues nada más, ni nada menos, que la normalidad. Sí, botellas que, ni son una epifanía líquida en forma de fermentado de uva, ni una tortura ideada por Jennifer Hills (la prota de Escupiré sobre tu tumba). Esto no va de trascender o tirar al fregadero: la mayoría de las veces un vino es normal. Ni agreden ni emocionan, ese es el mayor conjunto de los vinos de este país y del mundo.
Pues parece que esto cuesta entenderlo, tanto por los productores como por los lectores.
Los productores piensan que, cuando les traslado una crítica en este sentido, que su vino me parece normal, responde a que no me ha gustado y quiero ser educado, y los lectores a que no nos atrevemos a ser más agresivos por intereses espúreos. Es una pena tener que caer en la radicalización para dar mayor sensación de credibilidad.
A alguno que veo por ahí de digno, anda que no escoge bien a sus víctimas, eligiendo al vulnerable u obvio y arrimándose al poderoso y más obvio. Nunca os olvidéis de que la inmensa mayoría que bebe vino, lo bebe porque lo bebe, sin ningún otro recorrido. No quiere beber agua, ni refrescos y la cerveza a partir de un punto le satura. Insisto: bebe vino porque bebe vino.
Si este consumidor bebe vinos normales porque son de los que más hay y acaba arrinconando a los que sí parecen una prueba de la saga “Saw” ,ya es bastante. La normalidad suele generar contextos positivos. Esto no es “El Chiringuito”, ni una tertulia política, no hace falta ser tribunero para divulgar e informar. Lo normal es que un vino sea normal, por eso es lo normal.
Aunque esta última frase parezca salida de una letra de Mecano… ¿Me he explicado?
Foto de Kevin Kelly en Unsplash
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