Bonito
Esta vez, sobremesers, vengo a este, vuestro espacio favorito de opinión vínica, muy preocupado. Voy a denunciar una praxis que, de no pararse, puede tener consecuencias imprevisibles y todas, eso seguro, catastróficas. Santiago Rivas
Me siento como en el supuesto dilema ese que se suele plantear en las sobremesas winelover de: si pudieras viajar en el tiempo, serías capaz de asesinar al bebé Hitler.
Digo supuesto porque yo esta tesitura la suelo resolver fácilmente. Realmente no veo tanto problema moral, por supuesto que mataría al bebé Hitler, y no solo a ese, también, de poder realizarse, os libraría del bebé Pablo Motos, del bebé Fran Rivera, del bebé Ortega Smith, del bebé Ari Aster… de tantos nombres que se me vienen a la cabeza es que me bloqueo.
El caso es que estoy en esa situación. No es que tenga a mi disposición una máquina del tiempo, pero es que llevo unos días de mucho ajetreo en los que he coincidido con mucha gente probando vinos, descorchando botellas, en concursos vineros y he detectado el uso de un adjetivo que, desde su masivo uso en el tema de “Jarabe de Palo” homónimo, me pone los pelos de punta, sí no es otro que “bonito”.
Todo empezó en un fiestón en Gran Canaria, bebiéndome un Hermitage 2007 de Jean-Louis Chave, de repente se me acerca un chico conocedor de estos vinos y va y me suelta que me fije en la evolución tan bonita que tiene este vino.
Yo no creí, o no quise entender, que se había utilizado esa palabra para definir los efectos del tiempo en la botella de ese blanco de clase mundial. Lo dejé pasar sin más.
No pasó ni una hora, que estaba bebiendo un genérico 2015 de Mark Haisma, cuando una muchacha, al observar mi grata impresión por ese vino, no se le ocurre otra cosa que lanzarme un: es que este productor hace unas pinot muy bonitas.
Alarmado, aterrorizado, me largué de ahí, todas las caras me parecían iguales, deformes, el suelo me parecía inestable, no podía permanecer mucho más tiempo con gente desconocida, busqué a mis amigos y me fui a beber con ellos mientras intentaba dejar de hiperventilar.
Me relajé, alguien sacó una botella de Bérèche de 3 litros y empezó a servirla, riquísimo, de repente uno de los míos, uno de los que yo creía que era de los míos, no se le ocurre otra cosa que decir: qué burbuja tan bonita tiene este Champagne.
Empecé a sudar, veía que me desmayaba, no estaba seguro en ningún lado, tenía que desaparecer, salí del local, vi un taxi y me fui al hotel.
Amanecí raro pero esperanzado, lo de la pasada noche seguro era episódico, tanta gente, toda junta, con tanto vino, pues puede ser que acabe poseída por ciertas fuerzas malignas que escapan a nuestra comprensión.
Parecía tener razón, al día siguiente todo el mundo volvió a expresarse con normalidad, nadie se creía que estaba en una canción de Alejandro Sanz.
Al día siguiente andaba por Jumilla catando para el Consejo Regulador y, monastrell va monastrell viene, una compañera de cata suelta que los vinos están teniendo una fruta muy bonita.
No hice caso, no quise hacerlo, como en esas películas de terror que de repente se incendia una biblia, o una pared rezuma sangre con algún mensaje inquietante y dicen eso de “habrá sido el viento”.
“No ha dicho lo que he creído que ha dicho, ha sido el viento”. Eso me dije, pero la angustia ya se había asentado en mi espíritu, estaba paralizado, lívido, atenazado. Llegó otro vino, esta vez dulce, y todo se hundió, justo a mi lado un señor, pero como de 60 años, soltó un “qué acidez más bonita, qué bien integra su dulzor.”
Todo se puso borroso, cuando desperté estaba empapado en sangre, comprobé que no era mía, delante de mis ojos el espectáculo era una carnicería. Los había matado a todos.
Cuando llegó la policía les expliqué lo sucedido y entendieron perfectamente lo ocurrido, obviamente, me dejaron irme.
Así es que ya sabéis a lo que se expone el que, delante de mí, califique a un vino como de “bonito”.
Os insto a proceder de la misma manera, sobremesers, o acabaremos en una ucronía en la que Spotify solo tendrá canciones de Melendi y Pablo Alborán.
Epílogo: ojo, salvo si se refiere al color, el color de un vino sí que puede ser bonito. Ahí sí que no tengo nada que decir.
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.