Mayte Lapresta

Marítimamente mío

Sábado, 30 de Julio de 2022

¡El mar, el mar! Dentro de mí lo siento. Ya solo de pensar en él, tan mío, tiene un sabor de sal mi pensamiento.

Pausas, de José Gorostiza Mayte Lapresta

Hay algo místico y de inexplicable atracción en el mar. Su inmensidad, su sonido, su sabor, su aroma. Su superficie vibrante, su fondo silencioso. La ingravidez que proporciona en ese suave tacto que acaricia la piel, llena cada pliegue como amante apasionado y libera de la pesada carga de años, kilos o problemas. Sus colores cambiantes que abarcan gamas dispares del rosa al turquesa, del azul intenso al plata y vuelta a empezar el pantone. Soy sirena con dos piernas que añora la cercanía de su medio natural y aprovecho la mínima oportunidad para acunarme con su dulce ritmo. Un viaje es menos viaje sin el océano de fondo. Unas vacaciones se quedan a medias sin un paseo por la playa con los pies jugando al escondite entre la arena mojada y la espuma. El tiempo se detiene cuando saludo al Atlántico. Olas que van y vienen sin pausa, sin cansancio y la vista perdida hacia el infinito. Me gusta trastear por los puertos, con el olor a pescado rancio, las redes secándose con brisa salina, el chasquido del barco amarrado golpeando contra el agua. El espectáculo de la descarga de peces, moluscos, cefalópodos me abre el apetito. Asistir a una subasta de lonja es una sesión continua en versión original de esa película que ya has visto mil veces, pero nunca te cansa. Y ese mi Mediterráneo, cálido y apetecible. Todo un universo de posibilidades culinarias increíbles. Proveedor de exquisiteces con el yodo presente en sus carnes, como un todo entre espacio y pieza. ¡Eso sí que es comerse el paisaje! Decenas de mares exóticos o congelados que convierten nuestro planeta en una esfera azul inabarcable, que separan mundos, culturas y gentes. Océanos llenos de vida que olvidamos cuidar como es debido porque en sus fondos profundos y negros todo vale. Hoy, tumbada bajo una palmera escribo esta columna orgullosa de poder disfrutar de un mundo tan bello y poderoso que no bastan las palabras para describirlo. Respiro luz. La costa brilla bajo un sol delicioso y la espuma juega con volutas chispeantes de vida. Fría y revitalizante el agua me despierta los sentidos. Un arroz con galeras en mis deseos para el almuerzo. Un buen lenguado. Y un albariño. Bendito mar.

 

 

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