Dentro
Silencio. Un grillo lo rompe insistentemente. El otoño ha cubierto el monte de un intenso color rojizo, una manta de retales que se despliega hacia el río tornándose amarilla y naranja. Mayte Lapresta
El bosque con su magia sobrecogedora, en ese mapa incierto de caminos escondidos, borrados por la ausencia de transeúntes. Al fondo la montaña, pelada y arisca, agreste y soberbia. Inviolable en su verticalidad infinita. Más silencio. Más recogimiento para una vida que se prepara para el largo letargo invernal. La meseta al sur con sus puestas de sol inmensas va dibujando un contorno de luz, molinos y vides, donde los patios son el oasis de una vida familiar y sencilla. El interior que te lleva a tu interior, al alma, al núcleo, al fondo. El románico más sobrio con su vetusta pátina de sombras. Y esa penumbra colándose entre las rejas de la balconada recordándonos que la vida discurre como un lago de aguas tranquilas, de quietud aparente escondiendo corrientes constantes de cambio, renovación, generaciones que van y vienen. Ese mundo que vive mañanas soleadas y heladas nocturnas saludando al día con las briznas adornadas con brillante rocío. Hay algo místico en esos territorios lejanos a puertos y mares, donde las rutas se cruzan conectando historias que deben ser recordadas, trueques de conocimiento. Espacios de campos de heno, de cereales y de ganado. De caracteres inquebrantables que no hacen concesiones al juego. Gentes de manos endurecidas por trabajos que son rutinas y que se funden eclipsando la ociosidad sin molestar, sin cuestionar. Platos contundentes de sabores rotundos, que condensan sabiduría nutricional sin normas ni libros de recetas; vinos continentales que acompañan carnes al horno y pucheros humeantes. Tierra de héroes de antes y de ahora que luchan de sol a sol por conservar todo un modo de entender la vida. Interior. Por dentro y por fuera sacrificio y verdad. Allí conduzco mis pasos para entender con la pretensión de ser un espejo imparcial lo que ocurre, lo que transita, lo que espera tiempos mejores y guarda cual tesoro recuerdos de niños de pueblo. Me cuelo sin hacer ruido para retratar realidades que perduran desde siempre de espaldas al océano, lejos del bullicio. Y dedico así prosa a todos aquellos que gustan de caminos sin atajos y del paso de las horas sin contar los minutos.
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