Taconeo
Se apagan las luces. La tensión aumenta. Suenan unas castañuelas. El bailarín empieza a marcar el ritmo con el tacón. Un foco ilumina sus botas. Silencio y quejío. Arte. Estoy tomando un amontillado en una pequeña mesa cercana al tablao. Mayte Lapresta
Corral de la Morería. En el escenario -puro talento- Eduardo Guerrero. Podría parecer un engañaturistas, pero es precisamente todo lo contrario. Es la autenticidad de nuestros orígenes, lo que somos y lo que, espero, seremos.
Recuerdo el horror que me suponía encontrar el simbolismo uniforme y único que presidía cualquier promoción turística española de los 80, donde todo eran toros y flamenco, sevillanas y guitarra. Donde Rioja hacía patria y Sangre de Toro. Estereotipos que no sé si nos favorecían o nos alejaban de la realidad. En 2000, el filme Misión Imposible 2 que situaba las Fallas en la Semana Santa sevillana con público que parecían costaleros de los sanfermines… El lío perdura, pero ahora ya no solo no me molesta, sino que me divierte. Me parece delicioso ver un bar de tapas con una capota y un abanico, o un puesto de sangría española con la peineta y el traje de faralaes. Se nos conoce por el acento, como reza la maravillosa publicidad con nuestra gran Lola. Y además de presumir de modernismo catalán, Prado madrileño o alta cocina vasca existen piezas populares de gran difusión que son tan nuestras como cualquiera. Siento cierta nostalgia confusa por la España de Bienvenido, Míster Marshall, de banderilla y pandereta, de fiestas patronales, de sanfermines y petardos, de chorizo y panceta, o de bravas y callos. Me hice adicta sin darme cuenta al flamenco de tabanco, al pincho en la barra si te abres hueco, a la caña bien tirada al sol en domingo invernal con abundante aperitivo, o al arroz en paella que da igual que lleve, aquí es paella y punto. Me enamoré de por vida del fino en rama, de la sidra que no viaja, de los percebes en plato al centro, de la tortilla de patata poco cuajada. De repente los tópicos se me antojan deliciosos, entrañables y ciertos. Se convierten en una visión general y un tanto estrambótica de lo que somos, pero con un dulce encanto, toque de morriña y una verdad en la esquina. Desde aquí, una calurosa ovación a nuestra piel de toro, curtida al sol, dura y vieja, sabia y compleja, rica y salada.
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