Arte Sano
Para los que hemos nacido con discretas habilidades manuales, la agilidad y destreza que demuestran los artesanos se presenta como un paraíso inalcanzable. Mayte Lapresta
Soy de esas que se aboba con boca abierta contemplando cualquier ritual básico de óleo sobre lienzo, de masa de pan maleable y uniforme, de engarce de guisante lágrima diminuto sobre salicornia plegada formado un círculo perfecto, de trabajo minucioso de estigma de azafrán deshilados con rapidez inusitada.
Contemplo los dedos ágiles que se mueven como dirigidos por un maestro de orquesta cuya batuta baila en sus cabezas ordenando altos y bajos, graves y agudos, trombón y violín… Y me admiro a la vez que me siento torpe como un pingüino y me pregunto por qué somos tan diferentes siendo la misma especie. Quizás será cuestión de paciencia (que no poseo), de tesón (que escasea), de formación (insuficiente) o simplemente de un cariño que quizás no destino a tales tareas. El caso es que me resulta tan admirable como divino que esto perviva en un mundo donde ya basta con preguntar a la IA para que te resuelva un logotipo, te consiga un bodegón con la luz perfecta, te redacte un texto –bastante mediocres a mi entender–. Reposamos en una realidad donde apretar un botón o solicitar a Alexa desde el sofá permite encender la luz, en un hoy en el que casi podemos prescindir de las manos. Y en ese falso estado de confort resulta que hay cocineros, agricultores, productores, bodegueros y gente del buen vivir que persiguen de manera incansable el valor de lo artesano. ¿Será que el componente artístico es irremplazable? ¿O qué necesitamos volver a crear y moldear para no dejar de sentirnos humanos?
Sentada en una silla ergonómica con el mini mando que gobierna el espectro digital y la pantalla con mil ventanas abiertas no me queda sino reflexionar sobre la distancia enorme que hemos interpuesto entre la verdad y nosotros. Para qué cuidar gallinas si podemos crear el huevo perfecto y sin riesgos de salubridad en un laboratorio.
Mi hija me manda un whatsapp para preguntarme qué hay de comer desde la habitación de al lado. No sé si levantarme a darle un bofetón, pero le pongo. Me estreso y reproduzco en Spotify sonidos de grillos y lluvia para liberar tensión. Tiene narices. Mañana quizás compre levadura y vuelva a intentarlo.
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.