Homenaje líquido
El vino de la semana: Patrick Murphy 2019- Bota Isabel Mijares

En el vino de esta semana confluyen retazos históricos, sociológicos y emocionales que nos llevan a uno de los territorios vitivinícolas más apasionantes del momento: el marco de Jerez. Raquel Pardo
Con la clausura de la última edición de Vinoble a la espalda, en una edición que el Consejo Regulador ha querido convertir en la más profesional de su trayectoria (y evitar así contagios del concepto “feria” como sinónimo de fiesta, algo que, dadas las características del encuentro la fiesta, aunque sea fuera del horario de apertura de Vinoble, es inevitable), se hace obligatorio volver a hablar de Jerez, pese a que el de la semana pasada también fue un vino de esta tierra.
De Jerez, cuanto más se aprende, menos se sabe, y puede que sea esa la clave de su capacidad para generar adicción, asombro, pasión y hasta necesidad entre muchos de los consumidores que se han dejado inocular por su magia. Si de vino una no termina de aprender nunca, de Jerez, menos, y eso es precisamente lo que hace volver una y otra vez a sus vinos y sus paisajes con necesidad que tiene algo de yonki.
Y en el de esta semana se unen varios aspectos que ponen de relieve lo interesante que es, siempre, el vino del Marco (sin olvidarnos nunca de Sanlúcar ni de El Puerto y otros de sus municipios), y lo apasionante de este momento, calificado por algunos de sus actores como crítico, que atraviesa el territorio.
Vamos por partes. La primera es que este vino está etiquetado como un vino de pasto, una categoría-no-categoría (oficialmente aún no está reconocida en ningún reglamento, dentro o fuera del consejo regulador) que, sin embargo, está poniendo patas arriba parte de lo que habíamos aprendido sobre el jerez, y en forma de movimiento imparable que va acaparando seguidores (productores), va atrayendo la atención sobre algo que Jerez parecía tener olvidado: el territorio. Los vinos de pasto son una magnífica puerta de entrada para cautivar a incrédulos y para captar adeptos a estos vinos a través del viñedo, de la división por pagos, del origen, en definitiva, porque lo reflejan en la botella, una evidencia que ha seducido a prescriptores internacionales y nacionales.
La segunda es que este blanco pertenece a una colección llamada Patrick Murphy, un nombre que está ligado a una de las grandes revoluciones de la historia del vino jerezano, uno de los primeros en fijarse en la viña y sus calidades como activo para la elaboración y comercialización de vinos de prestigio y pagados a buen precio en mercados internacionales. Murphy era irlandés emigrado a Jerez y allí, además de comprar un casco de bodega para almacenar vinos, algo que se oponía a las normas del gremio de vinateros, pero que finalmente, tras la muerte de Murphy, lograría su socio, Juan Haurie, quien logró eso y más avances, entre ellos, la elaboración de vinos de añadas con vocación de calidad y con selección previa de variedades y, sobre todo, de origen. Esta colección es, pues, un recuerdo de una figura que el enólogo Santiago Jordi, creador de los vinos, ha querido mantener como paraguas de diferentes vinos de pasto de añadas y variedades tradicionales andaluzas.
La tercera es que Patrick Murphy Bota Isabel Mijares se elabora con doradilla, una variedad andaluza de la que no existe mucho viñedo y que Jordi tiene plantada en Macharnudo, en concreto, en la finca La Trinidad. La doradilla ha sido recientemente considerada por la Junta de Andalucía como una uva interesante en el Marco a la hora de afrontar el cambio climático, por tener un ciclo relativamente largo y aportar un nivel bajo de alcohol a los vinos.
La bota que Jordi ha elaborado con esta variedad lleva además otro nombre, el de la pionera enóloga española Isabel Mijares, quien tristemente no ha podido verlo embotellado, ya que murió el pasado mes de febrero, aunque sí conocía, explica Jordi, su existencia dada la amistad que unía a los dos técnicos.
Patrick Murphy Bota Isabel Mijares 2019, con 48 meses de crianza en bota jerezana, tiene un carácter tostado, complejo y opulento y una boca poderosa y elegante, larga y sabrosa, lo que hace de él un vino de pasto realmente singular, con más estructura que otros vinos (incluso sus compañeros de colección) de esta categoría.
La añada se extiende solamente a la capacidad de la bota, por lo que de esta edición hay 591 botellas.
PVP: consultar en bodega.