Santiago Rivas

Maradoniano

Miércoles, 02 de Diciembre de 2020

El pasado 25 de noviembre, como ya todos los sobremesers sabrán (en caso contrario no me vuelvan a leer jamás, no los quiero como lectores), falleció el 10 argentino por antonomasia, el segundo mejor jugador de fútbol de la historia, el único futbolista que trascendió a icono pop viviente (al nivel del top 1 estadounidense Muhammad Alí): Diego Armando Maradona. Santiago Rivas

Sí, ya se que esto es una revista gastronómica y no, no traigo aquí la muerte del D10S del fútbol porque en 2004 la bodega mendocina Raíces lanzara al mercado un tinto a base de cabernet sauvignon y malbec, con su nombre e imagen, que ahora cotiza a unos 60 euros la botella. Para nada.

 

Tampoco lo saco a colación porque fuera especialmente winelover, que lo mismo lo era, pero eso lo dejo para cuando ocurra lo peor con Julio Iglesias, suceso que espero que tarde muchos años en llegar. No.

 

Y es que estos días las redes sociales se han llenado de homenajes al Pelusa, pero también han aparecido voces discordantes preguntándose si no es exagerado el tratamiento que se le da a un futbolista, a un señor que daba patadas a un balón en pantalones cortos. Intentar reducir el espectáculo a su parte literal más leve, ignorando que el fútbol tiene mecanismos análogos a la religión. Y es que el escudo de un club se maneja en lo simbólico, igual que lo que nos separa lo hace en lo diabólico. En esta cosmogonía los jugadores, los buenos, son santos. Héroes, nuestros superhéroes de verdad.

 

Yo, por mi año de nacimiento -1979- no vi jugar, salvo en mundiales, mucho a Maradona (mi primer ídolo total a plena percepción fue Hristo Stoichkov). Pero os puedo asegurar que Lionel Andrés Messi Cuccittini es el ser humano, ajeno a mi entorno familiar o de amistades, que más feliz me ha hecho en mi vida (he hecho la matización familiar, pero por quedar medio bien). Y esto parece asombrar al mundo, alucinar al personal. Hay gente a la que no le cabe en la cabeza que se desarrollen estos sentimientos con un deportista. Con un Leonard Cohen, Sylvia Plath o Luis Buñuel no hay problema. Ahí te lo puedes flipar lo que quieras. Nadie se cuestionará tu emoción ante su obra.

 

Ninguno de esos, ni nadie más en el planeta, se regateó a seis ingleses, con la Guerra de las Malvinas aun escociendo, justo después de hacerles trampas con la mano. Ninguno de ellos sabe lo que pesa una copa del mundo. So snobs de cultura prefabricada de salón, que por leer dos libros que ni entendéis os pensáis en un plano intelectual superior y rozáis el analfabetismo.

 

Thomas Pynchon. Pynchon los cojones.

 

Pues -ahora sí- lo mismo pasa con el vino. El mecanismo de desprecio es muy similar. Me cansa enormemente que haya gente que vea mi obsesión por este fermentado de uva como una frikada. La sonrisa condescendiente que ponen cuando cuento que al juntarnos de wineparty estamos horas y horas debatiendo sobre zonas, regiones, uvas, productores, añadas o países.

Esto es nuestra vida, nos pone los pelos de punta un palo cortado, un dorado, un Rioja con años o un tinto de fresqueo. Podemos estar todo un fin de semana, hidratación y alimentación sólida mediante, sin parar de darle a la copa salvo para dormir. Y cuando se acaba una ya estamos maquinando la siguiente; cuando nos llega un catálogo, lo estudiamos al detalle para hacer el pedido óptimo entre lo que vemos, nos falta y cómo puede cuadrar en la siguiente reunión.

 

Te es imposible no meterte en cada tienda de vinos, supermercado, gasolinera, o el espacio que sea, en el que tu intuyas que se puede vender vino para ver si cazas alguna botella que no debiera estar ahí, o no a ese precio. Encima, a veces te sale y te vas a casa con tu botín más contento (o igual) que cuando tu interés romántico va y te corresponde.

 

Si no entendéis las reacciones a la muerte de Maradona, no espero que nunca nos entendáis, ni en esto ni en nada que se salga de vuestra mierda de mundo de postureo intelectual. De vuestra alta cultura de exposición en Instagram con textos más vergonzantes que leer un pasaje de El Principito en una boda.

 

Sofisticación vacía, pura banalidad. Lo tonta que es la gente y lo guay que se cree.

 

Stendhalazos de likes.

 

Venga, a emocionaros con Mark Rothko que yo me voy a descorchar un pepino a la salud de Diego Armando Maradona.

 

Se nos fue un 10 (dentro de la cancha, fuera nadie lo es).

 

Descanse en paz.

 

 

SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.