Comerse un marrón

Sábado, 02 de Julio de 2022

¿Qué significa comerse un marrón? Reflexiono, medito, lo pienso y no sé qué se come el personal cuando pronuncia esa frase. ¿Es acaso un boniato? Y si se trata de un boniato por qué esa fobia contra el delicioso tubérculo. José Manuel Vilabella

[Img #20732]Yo, en la posguerra, me comí marrones en cantidad. Era lo que más me gustaba de todos los productos que la autarquía nos obligó a consumir. En lugar de café se tomaba achicoria y tortilla de patata, sin huevo. Se utilizaba un extraño mejunje que suplía lo que con esfuerzo y cacareando ponen las gallinas. Uno, que es un anciano de delicadísima salud, percibe que se desconecta del lenguaje a pasos agigantados. La gente sigue diciendo “blanco y en botella”. Y no se refieren a la horchata, qué va, están hablando de la leche. La leche, señores míos, hace más de cuatro décadas que se suministra en bricks, en ese chirimbolo que uno no sa­be cómo escribir y que significa “ladrillo” en inglés. Mi desconcierto no termina aquí. “Lo pasamos como enanos”, dicen los cuarentones. Un servidor, además de calvo y gordo, mide, con tacón cubano, un metro y cuarenta y siete centímetros y nunca mi baja estatura me ha producido grandes satisfacciones. Seré muy raro, pero no me ha divertido mucho ser tan bajito; yo diría que más bien lo con­trario. No sé por qué lo pasan tan bien los enanos. En todo caso lo pasaban bien los enanos toreros, pero ahora creo que han prohibido ese espectáculo cómico taurino. Las frases hechas van y vienen. Unas envejecen y se marchan al más allá y otras vienen y se instalan en las conversaciones. Para criticar a Isidoro, que es un caballero pretencioso e insoportable, la gente dice a sus espaldas: “Isidoro no es tonto, no, es lo siguiente”. La coletilla “…es lo siguiente” ha venido para quedar­se. A mí no me gusta, a pesar de que tiene algo de pirueta circense, de más difí­cil todavía. Isidoro se queda al borde del abismo, un paso más y se despeña y se convierte en un difunto. Detrás de lo siguiente no hay nada; es un pozo que llega hasta el centro de la tierra, hasta el infierno.

 

La expresión “comerse un marrón” ha llegado a todos los ámbitos. El otro día un diputado de la derecha gritó indignado que él no se comería el marrón que trataba de endilgarle la izquierda. Nadie quiere comerse el marrón porque nos hemos vuelto muy señoritos. En la posguerra se comía y con buen apetito, algarrobas, patatas, queso de Cabrales con gusanos, lentejas que había que seleccionar para quitarle las piedrecitas y añadidos indeseables. En esta ope­ración de limpieza lentejil colaboraba toda la familia, después de cenar. Los gusanos del queso de Cabrales eran blancos y deliciosos, sabían a queso, eran pura proteína. Pero mi bazofia preferida era el boniato, marrón por fuera y ana­ranjado por dentro.

 

Le dejo leer este artículo a mi nieto Carlitinos, que todavía no ha cumplido 15 años y me dice riendo: “Abuelito, comerse un marrón es comerse un zurullo, una mierda”. Me quedo desconcertado, atónito. ¿Es eso posible? Pregunto.

 

 

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