Tempestas
Juan Diosdado Ferrer era sobre todo un hombre taciturno, metódico. Era también un hombre casi sin palabras, tan solo se escuchaba su voz en el rezo del ro¬sario que cada tarde oficiaba en la capilla de Las Hermanas de la Caridad de Picote, y era una voz que se quedaba en susurro, que ni tan siquiera en la jaculatoria final podía escucharse con claridad. César Serrano
Tampoco hacía oír su voz en otras horas del día, que comenzaba siempre con el rezo del Ave María y el Yo Pecador, aquí solo se advertía un ligero aleteo de sus finos labios que no emitían más allá de un imperceptible chasquido.
Tras el rezo salía de casa hacia el quiosco de Jacinta, donde recogía la Gaceta Regional, para a continuación acudir al España, a la mesa junto al ventanal que miraba al Palacio Episcopal de Mayorga. Entonces Aquilino Cifuentes se acercaba con una taza de café torrefacto, una jarrita de leche y una bolluela de las Clarisas. A Juan Diosdado Ferrer le sobrecogían no solo las palabras, también las tormentas. Los truenos le hacían recoger las piernas, entrecruzándolas con fuerza mientras musitaba un Padrenuestro hasta que pasaba. Un día estando en el España, tras el paso de una tormenta y el consabido rezo, llevó la taza de café a sus labios y dirigió su mirada a la primera página de la Gaceta Regional ocupada por la fotografía de don Nazario Urvina Rodrigo y un enorme titular: “Don Nazario Urvina, antiguo párroco de Picote, nombrado por el Santo Padre Obispo de la Diócesis de Ambasaguas”. Sintió cómo todo el frío de los inviernos se apoderaba de su esquelético cuerpo, cómo todas sus sombras quedaban a la intemperie, a la luz de todas las vergüenzas, hallando clavada en él la mirada de Aquilino Cifuentes que parecía recordarle la infamia de su sucio cuerpo.
Tras abandonar el España y cruzar la plaza, aún bajo la lluvia, llegó al Palacio Episcopal en medio de escalofríos convulsos, buscando el refugio de su pequeño despacho en la notaría episcopal. El día apareció luminoso en Ambasaguas, la catedral aparecía en todo su esplendor de inciensos, cantos de escolanías, casullas, capas con bordados de plata y oro, mitras que parecían tocar el cielo y sedas finísimas en las mantillas que lucían orgullosas las damas de Ambasaguas. La ceremonia comenzó con la bienvenida del Cabildo Catedralicio al nuevo Obispo, el beso al Lignum Crucis y la muestra de las Letras Apostólicas firmadas por el Papa. Después el sagrado momento de la eucaristía. Tras llevar el santo cáliz a los labios, el recién nombrado obispo Urvina cayó como fulminado por algún rayo del mismísimo Lucifer a los pies del nuncio, quien al acudir en su socorro contempló cómo la muerte recorría la cara de Nazario Urvina, mientras los aromas del finísimo moscatel se confundían con los aromas de las almendras amargas. Fueron instantes de mucha confusión, de muchas lágrimas, y en medio de tan inesperada tragedia, la imperturbable expresión cetrina del custodio del archivo de la notaría episcopal. Al día siguiente Juan Diosdado Ferrer acudió al sacramento de la confesión. Entre palabras murmuradas podían escucharse otras algo más claras, “cianuro”, “vino de misa”, “perdón”, “venganza”, “noches de frío”, “seminario menor” … Luego, el silencio. Aún hoy nadie puede saber si hubo absolución en aquel día de final del verano ni si hubo tormentas sobre Ambasaguas.
Bolluelas
Ingredientes
- 6 huevos
- 250 g de harina
- 250 g de azúcar
- 10 g de levadura
- ralladura de limón
- una pizca de sal
Preparación
Separar las claras de las yemas, y reservar estas últimas; en un bol batir las claras a punto de nieve; añadir el azúcar y seguir batiendo hasta obtener una consistencia fuerte y brillante; es el momento de añadir las yemas una a una, mientras seguimos batiendo; incorporar la harina junto a la levadura a través de un colador y mezclar con movimientos envolventes. Por último, añadir la ralladura de limón; en una bandeja, con papel de horno, con un cucharón disponer cucharadas de la masa. Llevar al horno, precalentado a 180º, durante 10-12 minutos.
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