Amargo Moscatel
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Cada 26 de noviembre, día de San Conrado, Conrado Cristina Amapolo se cambia de muda tras el primer canto del gallo y se viste de domingo. César Serrano
Desayuna pan migado en leche de cabra. Después, con un candil, desciende los 37 escalones que conducen a la bodega de la casa, donde duerme el moscatel de la viña de la Mariscala, dulce, soleado y muy goloso. Toma una damajuana forrada de finas mimbres que llena del fino néctar. Sale a unas calles que en esos días de noviembre se asemejan a boca de lobera.
En la distancia ya se escuchan los ronquidos del motor de un viejo Leiland, al que Luis el Ranchero habla. “En los días fríos los motores precisan de mucho aliento”, se le escucha decir.
El viaje hasta Mayorga se hace en una hora. “A la 12, la vuelta”, dice el Ranchero a modo de despedida. “Antes estaré aquí”, es la respuesta de Conrado mientras se echa la damajuana al hombro camino del Convento de las Dominicas, donde don David Buenadicha aún oficia la santa misa.
El olor de las calles de Mayorga es un olor a pimentón recién molido, un olor que le gusta mientras camina por unas calles que van tomando vida: niños con sus talegas hacia la escuela, el estruendo de los motocarros, la voz de los lecheros o el canto de las churreras… Y por encima de todo, las campanas de iglesias y conventos que llaman unas veces a gloria, otras a duelo.
Después, el mecánico sonido de la imprenta Garcilaso, su penetrante olor a tinta, que siempre le parece misterioso. Pregunta si ya ha llegado El Zaragozano. “Sí, pero ha subido a las tres pesetas”. “Qué le vamos a hacer”.
No queda lejos el Convento de las Dominicas de la imprenta de Baldomero Laso. El recorrido es a través de estrechas callejuelas donde el olor a tinta se sustituye por el del obrador de las monjas, canela, ajonjolí, mantecas derretidas, pestiños recién fritos, almendras tostadas…
Arropado de aromas, hace sonar la esquila de la portería del convento. Acude la hermana portera. La saluda con un “Avemaría Purísima”, a la par que se descarga la damajuana del hombro y traspasa la cancela. Allí le da la bienvenida el cura Buenadicha, a quien lleva para sus misas el moscatel de la viña de la Mariscala. Este es el pago que mantiene durante más de 30 años con el viejo sacerdote por haber mantenido su secreto de confesión, el crimen que cometiera en la persona de Ofelia Tristancho Murada cuando ésta rechazó su propuesta de matrimonio. Desde ese día de un mes de febrero oscuro y frío, acude a buscar su absolución.
Tras recibir el perdón y serle anunciada la penitencia, los dos hombres saborean un delicado pionono, acompañado del goloso moscatel.
Se despiden dando gracias al Señor y deseándose un año próximo no tan borrascoso como el que anuncia El Zaragozano.
Pionono
Ingredientes
- 6 huevos
- 60 g de azúcar
- 60 g de harina
- 1 cucharada de miel
Preparación
En un recipiente colocar los huevos junto a la azúcar y la miel; batir con batidora eléctrica durante unos 8 minutos hasta triplicar el volumen, entonces incorporar la harina tamizada, que se integra con movimientos envolventes. Es el momento de llevar al horno, precalentado a 200 ºC, en una bandeja engrasada con mantequilla. El grosor no ha de ser mayor de un centímetro. Hornear durante 10 minutos; dejar enfriar para a continuación enrollar con papel de hornear; rellenar el pionono con algún tipo de crema, como bien puede ser la pastelera.
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