El chicle

Domingo, 08 de Enero de 2023

Una de las profesiones mejor pagadas del mundo es la de catador de chicles; los catadores de vino son unos pringadillos, unos don nadie, si los comparamos con los expertos de la goma elástica. José Manuel Vilabella

[Img #21417]El catador de chicle tiene que distinguir y profetizar, contar con una memoria gustativa espléndida, conocer el mercado hasta los últimos recovecos y tener argumentos suficientes para decidir si el color verde pistacho y el sabor intenso a menta van a ser un éxito o un fracaso. El gurú se la juega en cada informe, un acierto lo hace rico, un fracaso lo conduce a la más triste miseria. ¿Mascar chicle forma parte del mundo de la gastronomía?, se pregunta el firmante lleno de dudas. ¿Qué come el que mastica chicle? Tal vez aire, azúcares, sacarina, esencias y sobre todo nervios, sus propios desasosiegos, su estrés más íntimo, sus preocupaciones más acuciantes. El chicle no es manjar ni medicamento, es solo un placebo antiestético que debería estar prohibido. A un servidor, que es un antiguo, le desquician los mascadores de chicle, su estética le parece despreciativa y chulesca. Recuerdo una entrevista que De la Quadra Salcedo le hizo al sanguinario dictador nicaragüense Somoza; el caballero, un señor regordete y cínico que tenía bajo su conciencia cientos de muertos, negaba lo evidente mientras mascaba chicle con parsimonia. El chicle aquel no era el horror, pero sí la indiferencia ante el horror, la frivolidad que envolvía el espanto, el que le ponía el acento a la tragedia de la América hispana. Desde que vi a Somoza mascando chicle todos los que lo hacen me parecen ciudadanos de segunda. Es injusto, lo sé, pero uno como viejecito solitario y huraño tiene derecho a señalar sus fobias por la misma razón que defiende sus filias. Me gustan las mujeres maquilladas, la tortilla de patata poco hecha, las personas bien educadas, el té de las cinco y las buenas maneras. Un caballero que tenga la desfachatez de lucir un bigotito a lo Hitler no tiene necesariamente que ser un nazi, pero para mí es como si lo fuera. Porque casi siempre, ay, la cara es el espejo del alma y los bigotes son antenas para detectar ideologías. Los piercings y los tatuajes forman el entorno del consumidor de chicle. Antes era cosa de niños o de futbolistas, pero ahora la ciudadanía ha vuelto a la adolescencia y al chicle, el dolor de la crisis virulenta les conduce a la estética superficial y frívola del mascador de goma, del comedor de aire, del indiferente y resignado rumiante; una colilla en la calle la destruye la lluvia o se la lleva el barrendero, pero un chicle usado es un estigma en el suelo para toda la vida, nadie lo limpiará, permanecerá pegado al pavimento, como una pintada ignominiosa. Me temo que tiene que volver el infame rótulo español que incluso los españoles han superado: "Se prohíbe escupir".

 

 

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