Ustedes y yo
Cuando estás a punto de cumplir 90 años, tienes a todos tus ascendientes y a la mayor parte de tus amigos al otro lado, en el más allá, en ese sitio misterioso del que nadie ha regresado nunca para decir si se está cómodo o no, si merece la pena o es un lugar inhóspito, uno empieza a preocuparse de que, en unos lustros, tendrá que cruzar la laguna Estigia, irse a la casa del Padre y convertirse en polvo, que polvo eres y en polvo te convertirás. José Manuel Vilabella
Un servidor en cuestiones de paraíso, si se puede escoger, se inclina por el musulmán, con sus ríos de leche y miel y sus huríes danzantes. El cielo cristiano siempre me ha parecido, con perdón, una mierda de paraíso, un sitio aburrido donde, seguramente, se come mal. No creo que el infierno sea como lo pintaban los curas de mi niñez, con un satanás pinchándote el culo con un tridente por toda la eternidad. Creo que es un sitio donde iremos los extravagantes, los mujeriegos, los que no hemos dado palo al agua, los friquis. Tengo curiosidad por saber dónde están mis muertos, pero como estoy tan ricamente en este valle de lágrimas no tengo ninguna prisa en despedirme de ustedes, pues en 28 años que llevo en esta publicación les he cogido cariño y ya no puedo prescindir de mis fieles seguidores. Ustedes ya son para mí mucho más que un primo segundo, un cuñado o un concuñado. Los lectores de esta publicación lo saben todo de mí porque escribo siempre en primera persona, en una inacabable autobiografía. Saben que soy muy bajito, calvo, gordo, que voto a las izquierdas, que soy gallego y que mi madre, que había nacido en Alicante, era de una familia de la alta burguesía pero, eso sí, venida a menos porque mi abuelo Fernando me ganó por la mano y despilfarró la fortuna familiar. Ustedes me conocen tanto por dentro como por fuera y en cambio yo no sé nada de ustedes. Y eso no es justo. Los imagino inteligentes y con buena pinta, exquisitos comensales y eruditos catadores de vino. Por lo tanto les ruego que, abusando de su confianza, me envíen sus cartas contándome algo de su vida y yo prometo que, para corresponder a su atención, enviaré un libro mío dedicado a los primeros 10 lectores que digan esta boca es mía.
Pero, en fin, escribamos de gastronomía que es por lo que nos pagan en Sobremesa. Un servidor ha confesado que no entiende nada de vinos pero que, en cambio, soy un perito en aguas. Sé tanto de aguas que incluso en una ocasión doña Mayte, la directora, me llamó para consultarme qué agua había que pedir para maridar correctamente la Cynara scolymus, que dicen los latinos, que es verdura que los gourmets no acompañamos jamás con vino. Estoy hablando de la alcachofa, que es verdura rarita y difícil de contentar. La alcachofa está casada con el espárra go, que también tiene sus rarezas. La alcachofa es una señora gorda y simpaticona mucho más sencilla que su pareja. La forma correcta de comer los espárragos, si se los sirven con mahonesa, es cogerlos con la mano y untarlos alegremente en nuestra salsa y llevárselos a la boca.
Me despido hasta el número que viene. Espero sus noticias.
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