Mi barriga

Sábado, 09 de Septiembre de 2023

Soy un señor gordo y como, además, soy muy bajito, en mi ciudad me llaman de varias formas: “El Albondiguilla”, “Don Pelotilla”, “El crítico gordinflón”. Mi barriga es tan prominente que cuando entro en algún sitio se sabe que, detrás de ella, apareceré yo tarde o temprano. José Manuel Vilabella

“Ahí viene Vilabella, su barriga acaba de llegar”. Creo que ella no me pertenece y que se ha establecido por su cuenta. Piensa, razona, creo que, incluso, escribe. No me extrañaría que mi barriga colaborase en alguna revista de la competencia. Es la mía una barriga algo catalana, separatista, pues no en vano mi segundo apellido es Guardiola.

 

[Img #22447]Con cerca de 90 años mi salud no es la misma que cuando tenía 6. Tengo que reconocerlo. Hay que ser realista. Con seis años escribía con faltas de ortografía. En eso no he cambiado. Tengo las mismas carencias y precisamente por eso mis artículos me los corrige siempre mi hija Adela. Tengo dos hijas a las que exploto sin ninguna consideración. Ustedes, mis lectores desde hace cerca de 30 años, lo saben casi todo de mí, pero no sospechan que he intentado que alguien de mi culta familia me escriba el artículo del mes, para, al fin, poder jubilarme. Se lo digo a mi hija Ana y dice que no con la cabeza, se niega y me confiesa que es por lo mucho que me quiere; mi nieto mayor, Santiaguiño, especialista en inteligencia artificial, dice que lo estudiará; mi nieta Carmencita me mira con cariño y me dice: “Pero abuelo, ¿qué harías tú sin la escritura?”. Mi nieta Adelitina, psicóloga, mueve la cabeza y me susurra que el escribir me aleja del chocheo y de la demencia senil. O sea, que no puedo dejarlo. Me temo que mi destino es morir uncido al ordenador ideando insensateces.

 

Mi barriga me tiene muy preocupado. Habla sola, se pierde en monólogos interminables, va del discurso al soliloquio, de la arenga a la homilía, del fu al fa. El médico del seguro, don Delfín, dice que no me preocupe, que son borborigmos. El pobre no la conoce, no sospecha de su malicia y disimulo. Cuando estamos en casa, en confianza, mi barriga se ríe de mí, noto que me amenaza con abandonarme y dejarme. Qué horror. Solo de pensarlo me entran escalofríos. Si un buen día me despierto y ella no está, si me levanto hecho un figurín, con un vientre plano y bello como un San Luis, presiento que todo el mundo me diría con admiración: “Coño, Vilabella, adelgazaste una barbaridad. ¿Qué régimen has seguido?”. La gente no comprende nuestro amor. Un servidor quiere a su barriga apasionadamente. Conseguirla me ha costado una fortuna; es el recuerdo de gozosos banquetes y alegres sobremesas; aquellas comidas de café, copa y puro solo al alcance de los bon vivant, los ricos por casa y los vivalavirgen, como un servidor de ustedes. Mi barriga se fue construyendo con exquisiteces y mucho mimo, no es una improvisación, es una colección de crónicas, de experiencias, de amoríos, de noches interminables y de amantes marchitas.

 

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