Santiago Rivas

Orgullo y prejuicio

Jueves, 17 de Junio de 2021

Estaba yo en un restaurante (sí, este texto empieza como un monólogo de los 80), y viene su sumiller muy contento y ufano a enseñarme, a través de su carta, la selección de vinos del lugar, donde se jacta de no tener las “cuatro erres”. Santiago Rivas

[Img #19455]Yo no sabía qué eran las “cuatro erres”, pero no tuve que esperar mucho tiempo para descubrirlo; y es que, en dicho documento (la carta de vinos en cuestión) no había referencias de las siguientes Denominaciones de Origen: Rioja, Rías Baixas, Ribera del Duero y Rueda.

 

Total, nada (sobre todo por las tres primeras, claro).

 

Sentado en un winebar muy trendy y muy guay, se acercó la mujer que maneja el cotarro a saludar y a celebrar que estamos vivos y eso (sí, es muy simpática) y, hablando un poco de todo, le comenté que andaba muy sorprendido con ciertas iniciativas winelover de grandes bodegas como Barón de Ley o Montecillo al sacar parcelarios (excelentes, por cierto) o recuperar ciertas marcas legendarias como Viña Monty (atención a su Graciano).

 

Ella me contestó que no bebe esos vinos traficados ni muerta.

 

Andaba yo de sarao con un muchacho que hace muy buenos vinos para una empresa de cierto tamaño, muy educado y preparado él, y le dije que si nos apuntábamos a un maridaje a base de vinos naturales que había en el programa. Apuntarse solo requería hacer cola en la entrada del microevento, no había que pagar, ni nada, pero el tipo rechazó mi proposición. Que no bebe esos vinagres ni gratis. En este caso, literalmente (por cierto, aquí estoy utilizando bien este adverbio, que muchas veces lo utilizáis muy mal) fue así. No quiso entrar y, por tanto, no los probó.

 

Otro día estaba catando vinos de una bodega de la Ribera del Duero y, como es habitual, colgándolo en las redes sociales. Al poco tiempo, comenzó el cachondeo: que si ahora resulta que me mola el castoreo, que vaya maderamen tienen esos tintos y demás chanzas similares. Estaba catando, además, un proyecto en concreto, que no tiene paso por barrica.

 

Salgo a comer con un compañero de trabajo, de mi parte profesional financiera, y vamos a un Michelin con amplia carta de vinos, en la que tienen desde elaboradores micro parcelarios con nano producciones a bodegas de salvaje éxito comercial, con tiradas botelliles millonarias. Mi acompañante apenas bebe vino, solo cuando come fuera en algún sitio de nivel (como era el caso) y conoce perfectamente mi actividad divulgativa en el enomundo. Pues cogió la carta, tomó el control de la situación, y me soltó un “elijo yo el vino, no vaya a ser que pidas alguna cosa rara o, aún peor, un Jerez (por cierto, para este señor, el Jerez es vino dulce) o un champagne francés" (por lo visto piensa que hay champán en otros países). Pidió dos botellas de Mirto (porque si empiezas con un vino tienes que acabar con él, que mezclar es malísimo para las resacas) y listo.

 

Pues sí, sobremesers, le robo (en forma de homenaje) a Jean Austen (tampoco creo que ya le importe) el título de su divertidísima novela para esta colección de micro cuentos tragicómicos, basados en hechos reales, sobre aquello en lo que está convirtiendo esto de beber vino entre los profesionales vínicos de Instagram y cuñados varios.

 

Y podría traer más narraciones, pero lo dejo para una segunda parte que se llamará “Cumbres Borrascosas”.

 

En fin, les dejo un consejo, seres humanos: intenten aislarse del ruido y estar a la señal.

 

La señal es lo que hay dentro de la copa, lo de fuera solo es un argumento de venta.


Imagen: SuzyHazelwood from PxHere

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