La nada
Parte de lo que me tiene ocupado cada día es recibir muestras y, una vez probadas, darle la difusión que estime procedente para orientar, informar y recomendar novedades interesantes a quien me quiera leer. Santiago Rivas
Siempre son, más o menos, positivas porque, no sé si sabéis, tengo por norma -lo mismo equivocada- no hacer comentario negativo de algo por lo que no he pagado. En el caso de que algún vino me horrorice, no hago mención alguna en ningún lado y como si ese momento nunca hubiera existido.
Para que reflexionéis sobre la cantidad de mi sufrimiento que no veis.
Si he aforado la botella, ahí sí me veo legitimado a soltar cualquier crítica no necesariamente constructiva, pero siempre divertidamente ofensiva. Por aquello de entretener.
En estas, una amiga vio que hace días subí a las redes una botella de un nuevo vino de famosa bodega, pero no con fama de winelover precisamente. Extrañada, me preguntó cómo estaba. Básicamente, lo que vino a decirme fue que qué hago bebiendo eso.
Yo le contesté que bien, que no era un vino de clase mundial, pero tampoco una basura a tirar por el fregadero. Está bueno, como otras decenas de referencias.
Entonces ella me comentó, aún escéptica pero divertida, que ya es hora de que esta bodega haga algo bien y que va a resultar gracioso ver a la gente winelovear con ese vino.
Yo le manifesté mi discrepancia al respecto, ya que, salvo sorpresa descomunal (la gente es un ente muy raro e indescifrable), pasará desapercibido navegando en el mar de la nada.
Sorprendida ante mi aparente contradicción, me solicitó que desarrollara esta tajante idea.
Mis razones para tal afirmación pasaron por que estábamos ante un vino blanco de quince euros, lo que no lo hace especialmente barato (normal, si quieres cimentar wineloverismo) y dista mucho de ser caro de los de llamar la atención (os digo yo que si costara cien euros ya habría revuelo en los mentideros del sector).
Por otra parte, lleva un poco de crianza en roble francés, de una región grande y conocida por todo quisque, no hay velo de flor, no hay hormigón, no hay huevo flextank, no hay tinaja, no hay ánfora (lo mismo resulto redundante, pero es que no sé si el ánfora y la tinaja son el mismo objeto), ni es vino naranja, ni natural, ni maceración carbónica.
Es un vino blanco normal que está bueno.
Resumiendo: la nada.
Y ya mi amiga expresó su conformidad estupefacta con mi respuesta, mandó un emoticono interpretablemente ofensivo y se despidió.
¿Cuál es la moraleja de este texto vestido de “consultoría cuñada” pero winelover?
Bodegas, amigas todas.
Si queréis sacar una nueva referencia y que os dote de prestigio, o haga ruido, o queráis llamar la atención sobre el culto, o todo a la vez, no podéis sacar un vino razonablemente circunspecto de precio razonable y ya. No nos gusta lo razonable.
El espectáculo, aquí como legión lunática, os pide que tenga un determinado precio (alto), o sea parcelario, o una mezcla de añadas porque queréis recuperar una tradición de dudoso rigor histórico (o directamente inventada), u os hayáis ido a un sitio rarísimo a hacerlo, en altura, o bajo el mar, tenga variedades de uva raras o crianzas alternativas a la madera, incluso biológica, etiquetas bonitas y trabajadas, fresqueo, atlanticismo, vulcanismo… esas cosas.
Dadnos algo para jugar, debatir, discutir, vivir, por favor, para flipárnoslo.
¿No veis que si no sois espectáculo no seréis?
En fin. Lo que aprendéis leyéndome.
De nada.
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.