Paciencia navideña

Se nos vienen unas navidades, unas más, y, que conste, me siento agradecido a la vida que nos ha dado tanto y todo eso. Estar vivo es algo que agradezco sobremanera, pero conlleva efectos colaterales no deseados, como ir a la playa o tener que aguantar en una mesa a seres humanos no winelover. Santiago Rivas
Esta gente existe y está en mi familia… en las vuestras, en las de todos.
La Navidad, por lo que sea, conlleva tener que comer, o cenar, o quedar con personas ajenas a tu círculo vinero. El propio fluir de mi vida, entre unas cosas y otras, ha provocado que ya tenga muy poco contacto con amigos sin especial interés por la cultura vínica. No es que esté realizando una política apartheid, es que al utilizar todo mi ocio en cosas vinistas, vas perdiendo el contacto con diferentes tipos de abstemios o muertos por dentro que no diferencian un Cava de una Fanta de Limón, ni les interesa.
Por muy amigo mío que fueras de la infancia, colegio, instituto, universidad o trabajo, o muestras interés por mi absoluta pasión y obsesión vital que es el vino o, por pura gestión del tiempo, cada vez me va a costar más encontrar momentos para compartir, ya que hemos dejado de tener intereses comunes. Y no lo veáis como algo triste; creo que forzar lo contrario es lo realmente espantoso.
Quedar con alguien y que no le importe lo del robo de Atrio, o como los Wasenhaus se están volviendo unicornios, o que el próximo concurso de Cata por Parejas a ciegas es en marzo, o que nos estamos quedando sin champagne… pues me desmotiva. Tampoco le veo mucho interés a hablar de política, de fútbol (ahora además que el Barça está lamentable) o de la COVID 19, donde ya sé que cada vecino y amigo tiene una fórmula para resumir y resolver estos temas (y los que les pongas) en dos frases.
Vuestra música no me interesa, vuestras series menos. Por lo tanto, mi existencia discurre feliz de wineloverada en wineloverada, hasta que llega la Navidad.
Yo, que siempre he sido muy navideño, con los regalos, el fresquito, Cortilandia y el turrón de yema tostada (ojo al que hacen los del grupo El Gaitero), de un tiempo a esta parte, ya con casi todas mis relaciones no vínicas extirpadas, veo que esta es la única época del año en la que tengo que echar el rato con animales conscientes de su propia existencia que no beben vino ni quieren beberlo. Por no hablar de los que llevan bebiendo, en estas ocasiones especiales, el mismo vino toda su puta vida. Ya les puedes poner encima de la mesa un Château Rayas que ellos prefieren su cervecita; ya puedes comprar un Raveneau, que ellos no beben vino blanco; ya puedes llevar un Yquem, que es que el vino dulce les empalaga.
No tienen ni puta idea, pero reglas sí. Reglas todas las del mundo.
"A mí échamelo con agua"; "He descubierto que se puede tomar con hielo". "¿Sabes lo de la cuchara en la botella de espumoso?". Así toda la tarde, noche, madrugada o lo que se tercie aguantando gilipolleces, lugares comunes y cuñatadas.
Pero es lo que hay, por ahora, ya que dejarles de tener que soportar es cuestión de que ellos fallezcan antes que tú. Lo contrario no sería consuelo, dado que quiero seguir probando muchos más vinos.
No, que se mueran ellos.
Así es que nada, hermanos y hermanas winelovers todes. Mucho ánimo y mucha paciencia (no montéis ninguna ni os enfadéis) que todo pasa y que solo son unas horas, unos pocos días, y ya podremos disfrutar del año con un buen vino con un poco de velo de flor pasado por tinaja.
¡Feliz Navidad, sobremesers!
Imagen: Volodymyr Hryshchenko // Unsplash
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