El otro jamón

Domingo, 02 de Enero de 2022

La Navidad es una fiesta triste, muy triste, en que se come bien. Antaño tenía su prestigio y todo el mundo disimulaba y cumplía su papel. Llegaban los hijos, las madres lloraban y arrastraban a sus retoños agnósticos a la misa del gallo y hasta el acaudalado caballero bailaba y hacía funcionar, cuando estaba algo piripi, su don Nicanor tocando el tambor. José Manuel Vilabella

[Img #20163]La Navidad, para la gente del montón entre la que me encuentro, es época de hartazgos, comilonas en familia y en las últimas décadas todo el mes de diciembre está sembrado de comidas de compromiso, cenas de amigos y cuchipandas diversas. Yo veo crecer mi prominente barriga día a día en este mes fatídico. Me miento a mí mismo al decirme: “Ya adelgazaré en enero”. Igual que los jóvenes hacen el firme propósito de ir al gimnasio, dejar de fumar y aprender inglés, yo juro por lo más sagrado ponerme a régimen. Nunca lo hago y como soy muy bajito –1,49– en Oviedo me llaman "el Albondiguilla". Si vienen por esta ciudad y quieren tomarse una cerveza conmigo no pregunten por José Manuel Vilabella. El Albondiguilla es mi apelativo y hasta el portero de mi casa, un hombre respetuoso y sumamente amable, me llama “señor Albondiguilla”, creyendo que es mi apellido. Los amigos me llaman Albo, excelente conservera de pescado.

 

En las fechas navideñas hay una lluvia de jamones que llenan las tiendas de alimentación. Además del jamón verdadero llueven los falsos jamones, como el jamón de pato, el de conejo, el de perdiz. El más caro de todo es el jamón de colibrí, solo al alcance de banqueros y personas bien nacidas de esas que apalean los billetes y no se dejarían cortar sus partes pudendas por dos o tres millones de euros.

 

Antes solo había un jamón, el de cerdo y su alternativa, el otro jamón, era la cecina. Yo tengo probado en mis tiempos mozos cecina de caballo, de chivo y hasta de burro. Ahora solo se hace de carne de vacuno.

–¿Le gusta a usted la cecina, admirado maestro?– me pregunta el curioso lector.

–Me gusta, me gusta mucho. Y la tomo frecuentemente. La recomiendo. Solo hay que tomar una precaución de obligatoria observancia: no se pueden poner en una mesa el jamón y la cecina juntos. Eso es un pecado gastronómico mortal y al que lo haga habría que fusilarlo al amanecer. El sabor del jamón ibérico pone en evidencia al de la cecina, que es mucho más montaraz, primitivo y salvaje. Son dos productos semejantes y diferentes, forman un matrimonio encantador por separado, pero insoportable cuando se juntan en el mismo plato.

 

Un servidor solo tomaba la cecina que producía su amigo Ceferino Trabadelo, pero recientemente la alterno con la cecina Nieto, que he podido encontrar, incluso, en Harrod's, la distinguida tienda inglesa.

 

En fin, queridos amigos, les deseo a ustedes que pasen unas felices fiestas navideñas y que si engordan sean capaces de librarse de esos kilos de más. Un fuerte abrazo de su amigo el Albondiguilla.

 

 

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