Santiago Rivas

Contexto

Jueves, 20 de Mayo de 2021

En el mundo del vino, como en toda disciplina, hay muchos lugares comunes. Dogmas, axiomas que aceptamos con naturalidad porque parecen correctos; y lo suelen ser en gran variedad de situaciones pero, a poco que lo pensemos, no cubren todo el espectro de sucesos y por ahí se nos pueden escapar matices importantes. Santiago Rivas

[Img #19347]De tener la certeza del bien a la duda del mal.

 

Hoy vengo a reflexionar sobre metodología de puntitos. Las puntuaciones que otorgan diferentes guías o publicaciones especializadas en forma de número para que el civil sepa a qué atenerse a la hora de comprar un vino.

 

Ya he expresado en capítulos anteriores mi rechazo a la praxis enodivulgadora de puntuar vinos, motivada, en primer lugar, por servir a una farsa, al vestir de cifra la opinión de un ser humano, o un grupo, en un intento de objetivizarla. Ofrecer un parecer objetivo. Algo que es, dada la naturaleza humana, antinómico.

 

Y en segundo lugar, porque “congela” la calidad de un vino, en el sentido de que ese número asignado, luego, con los años, no es revisado. Ahí se queda para la posteridad. Cuando todo lector de Sobremesa sabe que el vino es un organismo en sí, no consciente de su propia existencia, de acuerdo, pero sujeto a una permanente mutación, evolución.

 

Hace unos días me hacía mucha gracia leer en redes sociales a dos señores (ya de una edad); dos de estos que están siempre a vueltas con el terroir, la autenticidad y el paisaje embotellado, discutiendo por la calidad de una referencia tirándose puntuaciones pretéritas como si fueran cartas de “Magic: The Gathering”.

 

Tanta hostia con que esto es todo cultura, naturaleza, romanticismo y artesanía para acabar echándose a la cara vómitos numéricos.

 

Bueno, pues por estas razones jamás me veréis puntuar un vino y si algún día lo hago será bajo amenaza de secuestro o similares y, aún así, ejerceré desde el cachondeo.

 

De todos modos, de esto no venía a escribir hoy. No.

 

Vengo a señalar que, a pesar de todos los problemas que suceden en las catas de puntitos, lo que parece molestar mas al personal es que son a etiqueta vista. Y es que debe saber el lector que la mayoría que yo conozco no son a ciegas y alguna que dice que lo es, estos ojos que os escriben han visto como eran rectificadas una vez descubiertas las botellas.

 

Pues más allá de etiqueteo, amiguismos o presiones comerciales de cualquier índole, que siempre son lamentables, yo creo que no es malo catar sabiendo lo que bebes.

 

Un ejercicio de crítica que solo aísle el liquido a probar me parece injusto, ya que muchas veces el contexto en forma de praxis de ese elaborador, estilo o trayectoria van a hacer que estemos ante un vino que, más allá del gusto del crítico, responde a una verdadera intención de su creador y no a una falta de talento, trabajo, calidad o conocimiento.

 

Yo soy, además de todo lo que ya sabéis y muchas más cosas que no os imagináis, jurado de sidra en el evento bianual Sagardo Forum, en el que se dan cita los mejores fermentados de manzana del mundo de todos los estilos.

 

Pues, por ejemplo, hay categorías en las que, por mucho que nos guste, si una sidra natural vasca o asturiana tiene brett queda descalificada. Por el contrario, si es de origen bretón o normando se asume con naturalidad que lo tenga porque está en su acervo histórico.

 

Sin salirnos de la contaminación por Brettanomyces, no es lo mismo que lo tenga un vino de Rioja clásico a que lo presente el mayor vacilador de brett del mundo: Chateau Musar, productor libanés de culto, que no solo desea la presencia de este hongo, sino que lo promueven considerándolo un conservante generador de vinos de guarda,y, a juzgar por las añadas ochenteras del tinto que yo he probado, concluyo que, al menos en su caso, razón tienen.

 

Y esto es en lo concerniente a microorganismos.

 

En cuanto a estilo, no es lo mismo probar un blanco de fresqueo gracioso, ligero, con sabrosura, que puntuaríamos con generosidad salvo si al descubrir la botella vemos que era un Viña Gravonia. Pues no, nos parecería una traición, la peor desde Luís Figo al barcelonismo.

 

Por tanto, y en resumen, dentro de que no me gusta todo esto, no veo gran solución en que sean a ciegas por lo ajeno al contexto que necesariamente tiene todo vino para su evaluación.

 

La locura es cuestión de contexto.

 

Las catas a ciegas donde sí son divertidas es en concursos entre winelovers de competición.

 

Ahí sí que se me va la vida.

 

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