A ciegas

Nadie me lo ha pedido -como casi nada-, pero hoy vengo a contar cómo hay que montárselo si queréis ser winelovers de combate a través de su manifestación más poderosa: la cata a ciegas. Santiago Rivas
Esto es jugar a adivinar vinos sin ver la botella de donde sale el líquido (lo aclaro porque hay seres humanos que se piensan que lo que se tapa son los ojos. Hay gente así. Creedme). Mi pasión por este juego es tan enorme que, junto a mi compi de cata u otros amigotes (dependiendo del evento), me presento a toda competición mínimamente relevante y/o verbenera que trate de esto.
Vamos.
Lo primero es tener claro que esta disciplina es entrenable. Es decir, no somos mutantes, ni gente con superpoderes, ni tenemos un don especial. Como toda habilidad, hay personas a las que les costará más o menos. Pero esto es cuestión de tomárselo en serio, organizarse, diseñar un sistema que te funcione y, lo más divertido, entrenarse (aquí entendido como beber). Sí, hemos llegado al culmen de la civilización “sinonimizando” dos verbos tan poco asimilables como entrenarse y beber.
George Best estaría orgulloso de nosotros.
Pues eso.
El siguiente paso es crear un grupito con el que catar de manera más o menos recurrente. Sin duda es la peor parte. Pero esto, desgraciadamente, es imprescindible. Ya me gustaría que se pudiera prescindir de los humanos. Así, en general. Y está claro que dentro del grupo que montes se colará algún idiota que, con la ingesta de alcohol, no se convierta precisamente en listo. Pero para hacer esto bien hay que abrir muchas botellas de todo tipo, precio y condición. Y dado que el tiempo, el dinero y tu hígado son limitados, hay que alicuotar responsabilidades.
Ahora toca definir los entrenamientos. Generar el método. Como las reglas varían dependiendo de los concursos, hay que orientar la práctica hacia ellos. Si no hay ninguno en fecha cercana, pues puedes tirar más de estilo libre.
Realmente solo se puede organizar de dos maneras: o quedas en un bar amigote que se enrolle y os vaya poniendo copas, o bien quedas en casa de alguien, o restaurante amigote con descorche, y que cada uno ponga una botella (o las que quiera) mientras pasáis la tarde. Aquí también hay normas. Unas cuantas. Hay quien opta por catar bajo temáticas en plan “hoy chardonnays del mundo, mañana merlotes”. Yo estoy en contra, pues se pierde la parte de imitar el modelo de decisión del concurso que estáis preparando, ya que en estos la selección es caótica, pudiendo ser -mientras vengan del líquido producido por la fermentación de la uva- de cualquier origen, estilo y coste.
Pero ojo, hay winelovers de competición a los que les funciona la primera modalidad. Que conste.
Como antes he avanzado, la gente suele ser tontísima, por lo que es vital establecer unos mínimos con los vinos del entreno. En la modalidad “copas o botellas en winebar”, es fundamental que aviséis de que no os saquen cosas raras, anecdóticas, imposibles de adivinar y que, normalmente -perdonadme mis prejuicios con nuestra especie-, obedecen a la pura intención sádica de puteo o, aún peor, a colarte pufos que no venden ni a los turistas. Esto no va de acertar una assyrtiko, sino de que no falles una albariño.
Por otra parte, si se ha decidido aportar botellas, que sean de concurso. Es decir, que se contengan en los catálogos de los certámenes a participar y obedezcan, en la medida de lo posible, a arquetipos de lo que representan. Vamos, que no te presentes con el vino de la cesta de navidad de tu empresa o con lo primero que te encuentres por casa. No. So asqueroso.
Y nada: ya una vez definido el protocolo, pues a hacerlo divertido tratando de recrear todo lo posible la situación que luego se dará en la competición.
La diferencia la marca tener la capacidad de reducir a dos o tres posibilidades (posibilidad aquí entendida como uva y región) y que una sea la buena. Que habrá vinos que en 10 segundos ya los tengas y otros puedan ser cualquier cosa y no lo reduzcas ni a 15 opciones. Pero la mayoría, si lo trabajas bien, lo reducirás a un par de uvas/regiones, y ya a encomendarse a que la aleatoriedad ese día sea positiva y te lo acabes llevando. Porque es mito eso tan visto en algunas películas, en plan James Bond, Hannibal o documentales como Sour Grapes, de que a un mamífero consciente de su propia existencia le des un vino random y te diga que es un Cheval Blanc del 73.
En el mundo real ya estaría bien que dijera Saint-Émilion y ovacionable que acertara la bodega. Pero clavar la añada (cuando no son las últimas a la venta), de darse, es como el gol de Nayim (hoy vengo futbolero). Vamos, yo en mi vida he visto eso, y he visto muchas cosas…
¡Pues nada, sobremesers! Animaos a empezar, que al ser un deporte que va de beber vino puedes comenzar hasta en edad de jubilación.
Sí.
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